26. Supuesto que las sensaciones en acto sean el resultado de una acción dual, ese acto de sentir tendrá que ser — y de ahí que se le considere común (al alma y al cuerpo) — cual el acto de taladrar y de tejer; así, el alma que tiene la sensación representa al artesano y el cuerpo al órgano de que se sirve. El cuerpo, en tal función, toma carácter pasivo y no hace otra cosa que obedecer, en tanto el alma recibe la impronta del cuerpo, o producida por medio de él, para que el alma exprese entonces su juicio de acuerdo con la impresión corpórea recibida.
Habrá que pensar, pues, la sensación como obra común del alma y del cuerpo, aunque ello no quiera decir que la memoria pertenezca necesariamente al compuesto de alma y de cuerpo. Porque es claro que el alma ha recibido la huella que su memoria conserva o rechaza, salvo que se atribuya al compuesto el acto mismo de recordar, en cuyo caso nuestras propias condiciones corpóreas nos darían, a buen seguro, una excelente u olvidadiza memoria. Dígase, no obstante, lo que se quiera, pues ya sea o no el cuerpo un obstáculo para el Y en cuanto a los conocimientos adquiridos por nosotros, ¿cómo admitir que sea el compuesto el que los recuerda y no justamente el alma? Si el ser animado es un compuesto de dos cosas y algo realmente diferente de una y de otra, parece en verdad absurdo que no sea ni un cuerpo ni un alma. Porque el ser animado no necesita que sus componentes se modifiquen o se mezclen hasta el punto de que el alma se encuentre en él tan sólo en estado potencial. Pero, aun siendo así, no por ello deja el recuerdo de pertenecer al alma, lo mismo que, cuando se mezcla el vino con la miel, la dulzura que se advierte en la mezcla proviene únicamente de la miel.
Sea, en efecto, el alma la que recuerda; mas, para poder hacerlo e imprimir en ella las huellas de las cosas sensibles, ha de encontrarse precisamente en el cuerpo, llena de impureza y de cualidades. Es esa su permanencia en el cuerpo la que le hace recibir las impresiones e impedir que desaparezcan. Ahora bien, no por esto las impresiones tienen que ser magnitudes, puesto que no constituyen verdaderas improntas, ni se imprimen sobre una materia resistente, en la que se modelan, dado que tampoco hay aquí posibilidad de mezcla ni una superficie como la de la cera. La impresión producida en el alma debemos considerarla como una especie de intelección, incluso en lo que concierne a las cosas sensibles. ¿Podría decir alguien dónde se halla la impresión cuando se piensa en un cuerpo? ¿Y qué necesidad hay de acompañar esa impresión del cuerpo o de alguna cualidad que exista con él? Necesariamente, el alma tiene el recuerdo de sus propios movimientos y de los deseos que ha experimentado, pero no satisfecho. Esto no quiere decir, sin embargo, que todo lo deseado haya de recaer en el cuerpo. ¿Cómo, entonces, podría testificar el cuerpo cosas que, realmente, no han llegado en modo alguno hasta él? ¿Y cómo haría uso del cuerpo la misma memoria si no está en absoluto en la naturaleza del cuerpo el llegar a conocer? Digamos en verdad que aquellas impresiones difundidas a través del cuerpo tienen su fin en el alma, en tanto todas las demás deben atribuirse exclusivamente al alma, si es cierto que el alma posee una realidad, una naturaleza y una actividad propiamente suyas. Si esto es así, el alma tendrá, con su deseo, el recuerdo propio de él. Y éste se cumplirá o no, ya que la naturaleza del alma no se cuenta entre las cosas fluyentes. De otro modo, no le atribuiríamos ni sentido interno, ni conciencia, ni composición alguna de impresiones e inteligencia de ellas. Y si no tiene en su naturaleza ninguna de estas propiedades, mal podrá introducirlas cuando se encuentra en el cuerpo. Posee el alma, desde luego, ciertas actividades cuyo despliegue y cumplimiento descansa verdaderamente en los órganos; pero, cuando ella llega al cuerpo, trae consigo esas potencias y las actividades que le son privativas. Por lo demás, el cuerpo es un impedimento para la memoria. En ciertas ocasiones se produce el olvido, especialmente con la ingestión de determinadas bebidas; sin embargo, muy a menudo la limpieza del cuerpo hace recobrar la memoria. Como quiera que el alma recuerda estando sola, la naturaleza móvil y fluyente del cuerpo debe ser la causa del olvido y no de la memoria. Así deberá interpretarse la alusión al río del Leteo, con lo cual esa afección que llamamos la memoria habrá de atribuirse al alma.