Enéada IV, 8, 4 — A queda das almas individuais.

4. En cuanto a las almas individuales se sirven de su inclinación intelectual para retornar al lugar de su procedencia, aunque dispongan de un cierto poder sobre los seres inferiores. Ocurre aquí como con el rayo luminoso que, por su parte superior, está suspendido al sol, pero que no por ello rehúsa dar su luz a los seres inferiores. Así también, las almas que permanecen en lo inteligible con el alma universal deben subsistir libres del sufrimiento, ya que están con ella en el cielo y comparten su gobierno, lo mismo que hacen los reyes que conviven con el soberano supremo, que también gobiernan con él sin descender para nada de la mansión real. De igual modo, las almas subsisten juntas y siempre en el mismo lugar. Pero, con todo, las almas pueden cambiar de lugar y pasar del universo a cada una de sus partes, como queriendo estar más en sí mismas, cansadas ya del trato ajeno y en el deseo de volver a encontrarse a solas. Cuando ya ha transcurrido mucho tiempo de esta huida y separación del todo, y sin haber dirigido su mirada a lo inteligible, (el alma) se convierte en una parte que vive aislada y debilitada, ocupada verdaderamente en multitud de cosas y sin considerar nada más que meros fragmentos. Porque instalada sobre un solo objeto separado del conjunto, ha huido ya de todo lo demás y viene y se vuelve hacia un objeto único que es el blanco de todos los otros. Hela aquí, pues, alejada del todo y gobernando circunstancialmente su objeto propio, con el que ha de estar en contacto, no sólo para librarlo de los agentes exteriores sino para encontrarse presente en él y penetrar mucho más en su interior. De ahí viene el que se hable de la pérdida de las alas y de su vinculación a los lazos del cuerpo para un alma desviada del camino recto, en el que gobernaba a los seres superiores, conducida por el alma universal. Ese estado anterior era para ella mucho mejor en cuanto ascendía a él. Porque el alma, una vez caída, queda sujeta a las ligaduras del cuerpo y actúa tan sólo por los sentidos, impedida, como se encuentra, al menos al principio, de actuar por la inteligencia. Así se dice con razón que el alma se halla en una tumba y en una caverna, pero que, vuelta hacia el pensamiento, se libera ya de esos lazos y emprende la marcha hacia arriba cuando parte de la reminiscencia para llegar a contemplar los seres. Y es que el alma encierra, a pesar de todo, una parte superior. Por lo que hemos de convenir que las almas tienen necesariamente una doble vida: pues, por un lado, viven en parte la vida inteligible, y por otro viven también en parte la vida de este mundo, por más tiempo la primera las almas que conviven en mayor grado con la inteligencia, y con más insistencia la segunda las almas que se ven empujadas a ella, bien por su naturaleza, bien por circunstancias fortuitas.

Esto es lo que, a la ligera, quiere mostrarnos Platón, cuando procede a dividir y a formar las partes de la última cratera. Dice entonces que las almas llegan necesariamente al nacimiento cuando están constituidas por determinadas partes. Si afirma que Dios las siembra, hemos de entender la alusión como si el mismo Dios hablase y pronunciase un discurso a la asamblea. Porque (Platón) estima como producidas y creadas todas las cosas que hay en la naturaleza del universo, las cuales, según él, nos muestran en su sucesión tanto los seres que han sido creados como las mismas realidades eternas.