Sócrates — ¿Exiges de mí que haga un gran discurso como los que estás tú acostumbrado a escuchar? Ya sabes, que no es esa la forma que yo uso. Pero estoy en posición, creo, de convencerte de que lo que llevo sentado es verdadero, con tal que quieras concederme una sola cosa.
Alcibiades — La concedo, con tal que no sea muy difícil.
Sócrates — ¿Es cosa difícil responder a algunas preguntas?
Alcibiades — No.
Sócrates — Respóndeme, pues.
Alcibiades — No tienes más que preguntarme.
Sócrates — ¿Supondré, al interrogarte, que meditas estos grandes planes que yo te atribuyo?
Alcibiades — Así me gusta; por lo menos tendré el placer de oír lo que tú tienes que decirme.
Sócrates — Respóndeme. Tú te preparas, como dije antes, para presentarte dentro de pocos días en la Asamblea de los atenienses, para comunicarles tus luces. Si en aquel acto te encontrase y te dijese: Alcibiades, ¿con motivo de qué deliberación te has levantado a dar tu dictamen a los atenienses? ¿Es sobre cosas que sabes tú mejor que ellos? ¿Qué me responderías?
Alcibiades — Te respondería sin dudar, que es sobre cosas que yo sé mejor que ellos. [122]
Sócrates — Porque tú no puedes dar buenos consejos, sino sobre cosas que tú sabes.
Alcibiades — ¿Cómo es posible darlos sobre lo que no se sabe?
Sócrates — ¿Y no es cierto, que tú no puedes saber las cosas, sino por haberlas aprendido de los demás, o por haberlas descubierto tú mismo?
Alcibiades — ¿Cómo se pueden saber las cosas de otra manera?
Sócrates — Pero ¿es posible que las hayas aprendido de los demás o encontrado por ti mismo, cuando no has querido ni aprender nada, ni indagar nada?
Alcibiades — Eso no puede ser.
Sócrates — ¿Te ha venido a la mente indagar o aprender lo que tú creías saber?
Alcibiades — No, sin duda.
Sócrates — Luego lo que tú sabes ahora, hubo un tiempo en que pensabas no saberlo.
Alcibiades — Eso es muy cierto.
Sócrates — Pero yo sé, poco más o menos, las cosas que has aprendido; si olvido alguna, recuérdamela. Tú has aprendido, si no me equivoco, a leer y escribir, tocar la lira y luchar, porque la flauta la has desdeñado. He aquí todo lo que tú sabes, a no ser que hayas aprendido algo de que no dé yo cuenta, a pesar de que día y noche he sido testigo de tu conducta.
Alcibiades — Es cierto; son las únicas cosas que he aprendido.
Sócrates — Cuando los atenienses deliberen sobre la escritura, ¿te levantarás para dar tus consejos acerca de cómo es necesario escribir?
Alcibiades — No, seguramente.
Sócrates — ¿Te levantarás cuando deliberen sobre el modo de tocar la lira?
Alcibiades — ¡Vaya una magnífica deliberación!
Sócrates — Pero los atenienses, ¿no tienen costumbre de deliberar sobre los diferentes ejercicios de la palestra?
Alcibiades — Convengo en ello.
Sócrates — ¿Sobre qué esperas tú que deliberen para que pueda aconsejarles? ¿No será sobre la manera de construir una casa?
Alcibiades — No, ciertamente.
Sócrates — El más miserable albañil les aconsejaría mejor que tú.
Alcibiades — Tienes razón.
Sócrates — ¿Tampoco será cuando deliberen sobre algún punto de adivinación?
Alcibiades — No. [124]
Sócrates — Un adivino sabe en esta materia más que tú.
Alcibiades — Seguramente.
Sócrates — Ya sea pequeño o grande, hermoso o feo, de alto o bajo nacimiento.
Alcibiades — Ciertamente.
Sócrates — Porque un buen consejo viene de la ciencia y no de las riquezas.
Alcibiades — Sin dificultad.
Sócrates — Y si los atenienses deliberasen sobre la salud de los ciudadanos, ¿no buscarían un médico para consultarle, sin averiguar si era rico o pobre?
Alcibiades — Eso es bien seguro.
Sócrates — ¿Con qué motivo y con qué razones te levantarlas a dar a los atenienses buenos consejos?
Alcibiades — Cuando deliberan sobre sus negocios.
Sócrates — ¡Qué! ¿cuando deliberan en lo relativo a la construcción de buques para saber la clase de los que deben construir?
Alcibiades — No es eso, Sócrates.
Sócrates — Porque tú no has aprendido a construir buques, y he aquí por qué sobre esta materia no hablarás. ¿No es así?
Alcibiades — Tú lo has dicho. [125]
Sócrates — ¿Cuándo, pues, deliberan sobre sus negocios, dime?
Alcibiades — Cuando se trata de la paz, de la guerra o de cualquier otro negocio que atañe a la república.
Sócrates — Es decir, cuando deliberan con qué pueblos debe estarse en guerra o hacerse la paz, y cuándo y cómo?
Alcibiades — Eso mismo.
Sócrates — ¿Si es preciso llevar la paz o la guerra a pueblos con que convenga adoptar uno u otro medio?
Alcibiades — Sí. =
Sócrates — ¿Consultando la conveniencia como mejor partido?
Alcibiades — Seguramente.
Sócrates — ¿Y por todo el tiempo que convenga?
Alcibiades — Nada más cierto.
Sócrates — Si los atenienses deliberasen con qué atletas es preciso luchar, y con quiénes agarrarse de manos, sin tocar a los cuerpos, y cómo y cuándo es preciso hacer estos diferentes ejercicios, ¿darías tú mejores consejos sobre todo esto que un maestro de palestra?
Alcibiades — El maestro de palestra los daría mejores sin dificultad.
Sócrates — Puedes decirme a qué atendería principalmente este maestro de palestra, para ordenar con quién, cuándo y cómo deben hacerse estos ejercicios? ¿No atendería a que se ejecutaran lo mejor posible?
Alcibiades — Sin duda.
Sócrates — Ordenaría, como lo mejor, que se ejecutaran por todo el tiempo que se creyera conveniente?
Alcibiades — Por todo el tiempo.
Sócrates — ¿Y en las ocasiones que mejor conviniera?
Alcibiades — Seguramente.
Sócrates — Y el que canta ¿no debe tan pronto acompañarse con la lira y tan pronto bailar, cantando y tocando?
Alcibiades — Así es preciso.
Sócrates — ¿Y esto debe hacerlo, cuando sea lo mejor y más conveniente?
Alcibiades — Es cierto.
Sócrates — ¿Y por todo el tiempo que mejor sea?
Alcibiades — Sí.
Sócrates — Puesto que hay un mejor en el canto y en el acompañamiento, como le hay en la lucha, ¿cómo llamas tú a este mejor? porque al de la lucha yo le llamo mejor gimnástico.
Alcibiades — No te entiendo.
Sócrates — Procura seguirme. Si fuera yo, respondería, que este mejor es lo que siempre es bien; y lo que siempre es bien ¿no es lo que se hace conforme a las reglas del arte?
Alcibiades — Tienes razón.
Sócrates — ¿El arte de la lucha no es la gimnástica?
Alcibiades — Así lo has dicho.
Sócrates — ¿Pero no tengo razón?
Alcibiades — Me parece que sí.
Sócrates — Ánimo; a ti me dirijo, y procura responderme bien. ¿Cómo llamas el arte que enseña a cantar, tocar la lira y bailar bien? ¿No podrías decírmelo en una sola palabra?
Alcibiades — No en verdad, Sócrates.
Sócrates — Haz un ensayo; voy a ponerte en el camino. ¿Cómo llamas tú a las diosas que presiden a este arte?
Alcibiades — ¿Quieres hablar de las musas?
Sócrates — Seguramente. Mira qué nombre ha tomado este arte de las musas.
Alcibiades — ¡Ah! ¿hablas de la música?
Sócrates — Precisamente; y como te he dicho, que lo que se hace conforme a las reglas de la lucha y de la gimnasia se llama gimnástica, dime igualmente cómo llamas tú lo que se hace según las reglas de este arte.
Alcibiades — Yo lo llamo arte musical. [128]
Sócrates — Muy bien. Pero, dime, en el arte de hacer la guerra y en el de hacer la paz ¿cuál es lo mejor y cómo lo llamas? Así como en cada una de las otras dos artes dices que lo mejor en el uno es lo que es más gimnástico, y lo mejor en el otro lo que es más musical, trata de decirme ahora, en lo que te he preguntado, el nombre de lo mejor.
Alcibiades — No podré decírtelo.
Sócrates — Pero si alguno te oyese razonar y dar consejos sobre alimentos, y decir: este alimento es mejor que aquel, es preciso tomarlo en tal tiempo y en tal cantidad, y él te preguntase: Alcibiades, ¿qué es lo que llamas mejor? ¿no sería una vergüenza que no pudieses responderle que lo mejor es lo que es más sano, aunque no seas médico, y que en las cosas que haces profesión de saber y sobre las que te mezclas en dar consejos, como sabiéndolas mejor que los demás, no tuvieses nada que responder? ¿No te llena esto de confusión?
Alcibiades — Lo confieso.
Sócrates — Aplícate pues y haz un esfuerzo para decirme cuál es el objeto de este mejor que buscamos en el arte de hacer la paz o la guerra, y con quién se debe estar en guerra o en paz.
Alcibiades — Yo no podré encontrarlo por más que me empeñe.
Sócrates — ¡Qué! ¿No sabes, que cuando hacemos la guerra nos quejamos de cualquier cosa que nos han hecho aquellos contra los que tomamos las armas, e ignoras qué nombre damos a aquello de que nos quejamos? [129]
Alcibiades — Sé que decimos que se nos ha engañado o insultado o despojado.
Sócrates — Ánimo y sigamos. Cuando tales cosas nos suceden, ¿puedes explicarme la diferente manera en que pueden ocurrir?
Alcibiades — ¿Quieres decir, Sócrates, que pueden ellas ocurrir justa o injustamente?
Sócrates — Eso mismo.
Alcibiades — Y esto constituye una diferencia infinita.
Sócrates — ¿A qué pueblos declararán la guerra los atenienses por tus consejos? ¿Será a los que siguen la justicia o a los que la violan?
Alcibiades — ¡Terrible pregunta, Sócrates! Porque aun cuando hubiese alguno que creyese que es preciso hacer la guerra a los que respetan la justicia, se atrevería a sostenerlo?
Sócrates — Es cierto; eso no es conforme a las leyes.
Alcibiades — No, sin duda; eso no es ni justo, ni decente.
Sócrates — ¿Tendrás por consiguiente en cuenta la justicia en todos tus consejos?
Alcibiades — Es indispensable.