ETD 300e-303a: Sócrates retoma a discussão

Yo dije entonces: (e) —¿Por qué te ríes, Clinias, de cuestiones tan serias y bellas?

—¿Y tú, Sócrates —intervino Dionisodoro—, has visto alguna vez alguna cosa bella?

—Por supuesto, Dionisodoro —respondí—, ¡y muchas! (301a) —Diferentes de lo bello — dijo— o idénticas con lo bello1?

Me vi entonces en aprietos, sin saber qué responder, y pensé que me lo merecía por haber osado abrir la boca. Sin embargo, respondí:

—Son diferentes de lo bello en sí, aunque una cierta belleza está presente en cada una de ellas.

— ¿Entonces —dijo—, si está presente junto2 a ti un buey, tú eres un buey, y como yo estoy ahora presente junto a ti, tú eres Dionisodoro?

—¡Por favor!, no blasfemes de esa manera.

— ¿Pero de qué manera — dijo—, ha de estar una cosa presente junto a otra para que ésta sea diferente?

(b) —¿Te trae dificultades eso — dije—, tratando de imitar por mi parte, el saber de esos dos hombres, que tanto deseaba poseer?

—¿Cómo no va a traer dificultades —respondió—, y no sólo a mí sino a cualquiera, algo que «no es»3?

—¿Qué dices, Dionisodoro?, exclamé, ¿no es acaso lo bello, bello y lo feo, feo?

—Por cierto, si así me parece — respondió.

—Pero, ¿te parece?

—Por supuesto —dijo.

—Entonces también lo idéntico es lo idéntico y lo diferente lo diferente. Y, naturalmente, lo diferente no es lo idéntico. Yo creía que ni una criatura podía tener dificultades en esto: que lo diferente es lo diferente. Pero tú, Dionisodoro, debes haber descuidado deliberadamente el punto, porque en todo lo demás, así como en lo que conviene a cada artesano, parece que lleváis a cabo espléndidamente vuestra labor de enseñar a discutir.

—¿Así que tú sabes —dijo— lo que conviene a cada artesano? Por ejemplo, ¿a quién conviene forjar4?, ¿lo sabes?

—Sí, claro, al herrero.

—¿Y modelar la arcilla?

—Al alfarero.

— ¿Y degollar, desollar y cortar la carne en trozos pequeños para hervirla y asarla?

(d) —Al cocinero —respondí.

— ¿Y si uno hace lo que conviene —dijo—, obrará bien?

—Muy bien.

— ¿Entonces, como dijiste, conviene cortar y desollar al carnicero? ¿No has admitido eso?

—Lo he admitido —contestó—, pero perdóname…

—Es evidente, pues —continuó—, que si uno degüella al cocinero, lo corta en trozos, lo hace hervir y asar, hace lo que conviene y si uno forja al herrero y modela en arcilla al alfarero, también hará lo que conviene.

— ¡En el nombre de Poseidón —exclamé—, le estás poniendo el colofón (e) a tu saber! ¿Podré yo alcanzarlo alguna vez y lograr que llegue a ser mío propio?

—¿Y sabrás reconocer, Sócrates, que ha llegado a serte propio?, preguntó.

—Es evidente que sí —respondí—, siempre que tú lo quieras.

—Pero tú —agregó—, ¿crees que conoces lo que te es propio?

—Claro, a menos que tú digas otra cosa, ya que, en efecto, «comenzar por ti debemos y por Eutidemo terminar»5.

—Ahora bien, ¿consideras que te son propias aquellas cosas de las cuales puedes disponer y de las cuales puedas usar como te plazca? Por (302a) ejemplo, un buey, una oveja, ¿considerarías que te son propios si pudieras tanto venderlos, como donarlos y hasta sacrificarlos al dios que te plazca? ¿Y si no fuera así, dirías que no te son propios?

Y yo —sabiendo que de la naturaleza misma de las preguntas iba a resultar alguna ocurrencia, y deseándola oír lo más pronto posible—, dije:

—Sí, ciertamente, la cosa es así: sólo tales cosas son mías.

—Ahora bien, animales, ¿no llamas tú así —preguntó— a aquellos que tienen alma?

—Sí —dije. (b) —¿Y admites que son tuyos sólo aquellos animales en los que te es lícito hacer todas esas cosas que hace un momento yo decía?

—Lo admito.

Y él, después de una pausa fingida, como si estuviese meditando algo importante, preguntó:

—Dime, Sócrates, ¿tienes un Zeus patrio6?

Yo, sospechando que el razonamiento iría a terminar adonde efectivamente lo fue, intenté huir de un enredo que no tenía salida, debatiéndome como si estuviera ya atrapado en una red.

—No lo tengo —dije—, Dionisodoro.

—Eres entonces un miserable impío, alguien que tampoco es ateniense, ya que no tiene dioses patrios ni cultos ni ninguna otra cosa bella y buena.

— ¡Terminemos, Dionisodoro!, exclamé, modera tu lenguaje y no trates de enseñarme con torpeza antes de tiempo. Tengo yo también mis altares y mis cultos domésticos y patrios y todas las demás cosas de esta índole que tienen los atenienses.

— ¿Cómo —dijo—, los demás atenienses no tienen un Zeus patrio?

—Esa denominación —aclaré— no la usan ni los jonios, ni quienes emigraron de esta ciudad para establecerse en nuestras colonias, ni nosotros. Tenemos, en cambio, a Apolo patrio, porque descendemos de Ion. Entre nosotros, Zeus no es llamado «patrio», sino «protector de la casa» y «fratrio», y también Atenea es llamada «fratria».

—Eso basta —dijo Dionisodoro—, puesto que parece que tienes a Apolo, a Zeus y a Atenea.

—Así es —dije.

— ¿Y éstos —preguntó— serían también tus dioses?

—Progenitores y amos —contesté.

—Pero, de todos modos, tuyos —agregó—; ¿no has admitido acaso que lo son?

—Lo he admitido —contesté—, ¿qué puede sucederme? (e) —¿Y esos dioses —dijo— son también animales7? Ya has admitido, en efecto, que aquellos que tienen alma son animales. ¿O esos dioses no tienen alma?

—La tienen —respondí.

—¿Entonces son también animales?

—Son animales.

—Y tú has dicho —agregó— que entre los animales son tuyos aquellos que te es lícito donarlos, venderlos o sacrificarlos al dios que te plazca.

—Lo he dicho —respondí—, y no tengo posibilidad de volverme atrás, Eutidemo.

—Vamos, entonces, contéstame en seguida: puesto que has admitido (303a) que Zeus y los otros dioses son tuyos, ¿quiere decir que te es lícito venderlos, o donarlos, o disponer de ellos a voluntad, como con los demás animales?

Entonces yo, Critón, quedé sin habla, como golpeado por el argumento, pero Ctesipo, viniendo en mi ayuda, exclamó:

— ¡Bravo!, Heracles, ¡qué magnífico argumento!

Y Dionisodoro dijo:

—¿Cómo?, ¿es Heracles bravo o el bravo es Heracles? Y Ctesipo:

— ¡En el nombre de Posidón — exclamó—, qué formidable uso de las palabras! Pero me retiro; estos hombres son imbatibles.


  1. Alusión al problema de la participación en la teoría platónica de las formas. El pasaje debe relacionarse, como apunta R. Kent-Sprague («Parmenides’ sail and Dionysodorus’ ox», Phronesis 12 (1967), 91-98), con Parménides 130e5-131c11. 

  2. Hay un juego entre dos verbos griegos «estar presente en» (que usa Sócrates) y «estar presente junto a» (que usa Dionisodoro). 

  3. Posible alusión a Antístenes, que sólo admitía como verdaderos los juicios de identidad («lo bello es bello», etc.). 

  4. La falacia se basa también aquí en la anfibología. La expresión puede referirse al sujeto como al objeto. 

  5. Imitación de una fórmula corriente usada para invocar a la divinidad. 

  6. «Patrio», calificando a Zeus, puede significar tanto «padre de la raza» (así lo entiende Sócrates), como «protector de los ancestros» (y así lo entienden los atenienses al invocarlo). 

  7. La palabra zoon, ya aparecida poco antes, significa tanto «animal» como «ser viviente».