Después de haber discurrido de éstas y otras pocas cosas, Critón, nos fuimos. Y tú, considera, pues, la manera de acompañarme en las lecciones de estos dos hombres, pues ellos afirman que son capaces de enseñar a quien esté dispuesto a darles dinero, y que ni la capacidad natural ni la edad excluye a nadie de adquirir fácilmente su saber. Además —y esto te interesa particularmente oírlo—, ellos sostienen que su enseñanza en nada impide atender los propios negocios.
CRITÓN. — Naturalmente, Sócrates, también yo soy una persona a la que agrada escuchar discusiones y que gustosamente aprendería algo, pero temo, no obstante, ser uno de los que no se parecen a Eutidemo, de esos (d) que tú mismo hablabas hace un momento, que prefieren más dejarse refutar con semejantes razonamientos que valerse de ellos para refutar a los demás. Me parece por cierto ridículo que te dé consejos; sin embargo, quiero referirte por lo menos algo que acabo de oír. Has de saber que uno de los que se alejaba de vosotros, se me acercó mientras caminaba. Era alguien que se consideraba sumamente competente, de esos muy diestros en escribir discursos para los tribunales1, y me dijo:
—Critón, ¿no escuchas a esos sabios?
—No, ¡por Zeus!, respondí. No fui capaz de escuchar, a pesar de que traté de acercarme bastante, a causa del gentío que había.
—Pues valía la pena oírlos — dijo.
—¿Por qué?, pregunté.
—Porque hubieras escuchado discutir a hombres que son hoy en día (e) los más sabios en este tipo de argumentos.
— ¿Y qué te pareció —pregunté yo— lo que dijeron?
—¡Y qué otra cosa quieres que digan —contestó—, sino lo que uno siempre podría oír de boca de tales charlatanes que ponen tan trivial empeño en cosas que sólo trivialidades son!
Más o menos así, de esta florida manera, se expresó. —Sin embargo, la filosofía —dije— es asunto agradable.
(305a) —¿Cómo? ¿Agradable, mi pobre Critón?, exclamó. Di, más bien, que no sirve para nada. Si hubieras estado presente, creo que te hubieras avergonzado, y no poco, de tu amigo. ¡Era tan absurdo su propósito de querer entregarse a personas que no dan ninguna importancia a lo que dicen y que se aferran a cualquier palabra! Y pensar qué esos dos, como te decía antes, están entre los más influyentes de hoy en día. Pero lo cierto es, Critón —agregó—, que tanto el asunto mismo, como los hombres que se dedican a él son unos nulos y ridículos.
(b) A mí me pareció, Sócrates; que estaba equivocado al menospreciar así el asunto, y no sólo lo estaba él, sino cualquier otro que así lo hiciera. Pero, en cambio, querer discutir públicamente con tales personas frente a tanta gente, eso sí me pareció un reproche correcto.
Se ha pensado (Spengel, Raeder, Gifford y Méridier) que se trata de isócrates —a quien Platón sólo nombra en Fedro (278e8-10 y 279b2) y en la Carta XIII (360c4), si es auténtica—; sin embargo, es muy posible que este personaje anónimo represente «a la mayoría, que no sabe distinguir entre dialéctica y erís-tica», y que constituya ese tipo de influyente hombre de política que ocupa un lugar intermedio entre el filósofo y el político —como Ánito en Menón—, aunque se crea filósofo (P. Friedlaender, Plato, vol. II: The Dialogues. First Period, trad. ingl., Princeton, 1964, pág. 194), o que se ubica, en cuanto a sus intereses especulativos, en una posición equidistante de la retórica gorgiana y del uso de la lógica antisténico-erística aquí exhibida, sin llegar, empero, a reconocer ni acceder a la filosofía, tal como la entiende Sócrates (F. Adorno, Eutidemo (en Platone, Opere complete, vol. V, Bari, 19803), pág. 62, n. 147). ↩