5- Así pues, desde el principio al fin la providencia proviene de lo alto. Y es igual, no porque haya hecho donaciones numéricamente iguales, sino porque las ha repartido proporcionadamente por todo el universo. Ocurre aquí como con el animal, donde todo está enlazado desde el principio al fin; cada parte de él tiene, sin embargo, su función propia, y así la que es mejor realiza también lo mejor, en tanto que la que es peor realiza cosas inferiores: pero el animal mismo actúa y sufre todo cuanto a él corresponde y según su disposición respecto a los demás seres. Se le golpea, por ejemplo, y lanza un grito; no obstante, todo el resto de su cuerpo sufre silenciosamente y se mueve a tenor del golpe. He aquí, por tanto, que de todos los sonidos, de todas las pasiones y actos del animad se concluye algo que es su voz única, su característica animal y su misma vida. Porque sus distintos órganos tienen también distintas funciones: los pies, por ejemplo, obran de una manera, los ojos de otra, y de un modo asimismo diferente la inteligencia y la razón.
De todas estas cosas surge una sola y única providencia. Si empezamos por las cosas inferiores la llamaremos el destino, pero si la vemos desde lo alto, diremos que es sólo providencia. Todas las cosas que se dan en el mundo inteligible son o razón o algo superior a la razón; esto es, inteligencia y alma puras. Todo lo que viene de lo alto es providencia, esto es, todo lo que hay en el alma pura y lodo lo que viene del alma a los animales. En su descenso la razón se divide y ya sus partes no son iguales: de ahí que no produzcan seres iguales, como tampoco en cada animal particular.
Siguen después las acciones de los seres ,que se muestran conformes con la providencia si los seres actúan de una manera grata a los dioses; porque la ley de la providencia es amada de los dioses. Estas acciones quedan, pues, enlazadas a todo lo demás y no se deben a la providencia; serán, por tanto. acciones de los hombres o de otros seres cualesquiera, vivos o animados. Si de ellas resulta alguna utilidad, de nuevo las recibe la providencia, haciendo triunfar así la virtud en todas partes, cambiando y enderezando las almas para la corrección de sus faltas. En un animal, por ejemplo, la salud viene dada por la providencia, y si se produce en él un corte o una herida cualquiera, la razón seminal que gobierna al animal acerca y anuda de nuevo sus partes, tratando de mejorar la parte enferma.
De modo que los males son consecuencias, pero consecuencias que se siguen necesariamente; porque nosotros somos su causa cuando no nos vemos forzados por la providencia, sino que reunimos nuestros actos con los de ella e, igualmente, con los que derivan de ella; así, por ejemplo, cuando no podemos enlazar las consecuencias de nuestros actos con la voluntad de la providencia y obramos según nosotros mismos o según otra parte del universo, sin tener en cuenta para nada la acción de la providencia o sufriendo en nosotros la acción de aquella parte. Porque un mismo objeto no produce la misma impresión en todos, sino que actúa de una manera en unos y de otra manera en otros: la belleza de Helena no producía el mismo efecto en Paris que en Idomeneo, y de igual modo el hombre desenfrenado actúa de manera distinta sobre otro de su carácter que el hombre bueno sobre otro análogo. El hombre hermoso, que es a la vez prudente, actúa también de diferente modo sobre un hombre semejante a él que sobre otro desenfrenado. La acción que realiza el hombre desenfrenado, no sólo no es hecha por la providencia, sino que no está de acuerdo con ella; la acción del hombre prudente no es, desde luego, obra de la providencia, puesto que procede de él; con todo, está de acuerdo con ella. Se trata de una concordancia con la razón, como la que uno realiza para procurarse la salud siguiendo los consejos del médico. Este los da, tanto para el hombre sano como para el hombre enfermo, siempre a tenor de su arte; ahora bien, el que actúa contra la salud no sólo actúa por sí mismo, sino también contra la providencia del médico.