Según esta teoría, nada que sea simple, sino forzosamente sólo lo compuesto, será bello. Además, según esta teoría, será bello el conjunto, mientras que las partes individuales no estarán dotadas de belleza por sí mismas, pero contribuirán a que el conjunto sea bello. Y, sin embargo, si el conjunto es bello, también las partes deben ser bellas, pues cierto es que la belleza no debe constar de partes feas, sino que debe haber tomado posesión de todas ellas. Además, según esta teoría, los colores bellos, al igual que la luz del sol, siendo simples, no tomando su belleza de la proporción, quedarán excluidos de ser bellos. Y el oro, ¿cómo podrá ser bello? Y el relámpago o los astros, de noche, ¿serán dignos de verse por ser bellos? Y con los sonidos ocurre lo mismo: el sonido simple habrá desaparecido, a pesar de que muchas veces cada sonido de los que hay en un conjunto bello es bello aun por sí mismo. Y en los casos en que, aun manteniéndose la misma proporción, un mismo rostro aparezca unas veces bello y otras no, ¿cómo no habrá que admitir que la belleza es otra cosa por encima de la proporción y que la proporción es bella por otra cosa? Y si, pasando a las ocupaciones y a los razonamientos bellos, atribuyeran a la proporción la causa de la belleza aun en estas cosas, ¿qué proporción cabría aducir en ocupaciones, leyes, enseñanzas o ciencias bellas? ¿Cómo puede haber proporción entre teorema y teorema? Si es porque armonizan, también habrá concordancia y armonía entre malos teoremas. Efectivamente, la tesis de que «la justicia es una auténtica simpleza» armoniza y consuena con la de que «la morigeración es bobería», y concuerda la una con la otra. Pues bien, todas las virtudes son bellezas del alma y bellezas más verdaderas que las anteriores; pero properdonadas, ¿cómo pueden serlo? No son proporcionadas ni al modo de las magnitudes ni al modo del número, aunque haya varias partes en el alma. Porque ¿cuál sería la fórmula para la composición o la combinación de esas partes o de esos teoremas? ¿Y en qué consistiría la belleza de la Inteligencia, si la Inteligencia está a solas?. ENÉADA: I 6 (1) 1
Pero, ¿cuál es esta región? ¿Y cómo podrá llegarse a ella? Podrá llegar a ella el que sea de naturaleza amorosa y, ya desde un principio, posea realmente la disposición de un filósofo porque es propio del amante afrontar con dolor la producción de lo bello y no contentarse tan sólo con la belleza del cuerpo, sino partir de aquí para acercarse a la belleza del alma, a la virtud, a la ciencia, a las ocupaciones honestas y a las leyes , remontando a la causa de las bellezas del alma e incluso a lo que es anterior a ella, hasta llegar a un primer término que sea ya bello por sí mismo. Una vez llegado aquí, cesa todo su dolor, que no conocerá en adelante. Pero, ¿cómo ascender hasta aquí? ¿Y de dónde recibirá este poder o qué discurso le enseñará este amor? ¿Será acaso el que sigue? Las bellezas que encontramos en los cuerpos son extrañas a los cuerpos, porque son en ellos como formas en una materia. Ciertamente, el sujeto de la belleza es algo cambiante y de bello puede convertirse en feo. La razón nos dice que los cuerpos son bellos por participación. ¿Qué es, pues, lo que ha producido en ellos la belleza? En un cierto sentido, la presencia de la belleza; en otro el alma misma, que modela y trae la forma a los cuerpos. ¿Pues qué? ¿Es el alma entonces bella por sí misma? No, sin duda, puesto que unas almas son prudentes y bellas, en tanto otras son insensatas y feas. Luego la belleza del alma provendrá de su buen juicio. Pero, ¿quién proporciona al alma este buen juicio? ¿Será necesariamente la Inteligencia?, pero no la inteligencia que unas veces lo es y otras no, sino la Inteligencia verdadera, que es, por tanto, bella por sí misma. ¿Debemos, pues, detenernos en ella, como si se tratase de un primer término, o hemos de ir todavÍa más allá? La Inteligencia está situada delante del principio primero con relación a nosotros y, colocada en el vestíbulo del Bien, nos da a conocer todas las cosas que se dan en El; ella misma es, sobre todo, como una impronta del Bien en lo múltiple, mientras el Bien permanece enteramente en la unidad. ENÉADA: V 9 (5) 5