Capítulo 7: Introdução do “discurso temerário” e primeiros elementos de refutação
1-6: Distinção dos graus de liberdade na alma, no Intelecto e no Bem
6-11: Não seria preferível evitar de aplicar ao Bem a expressão: “o que depende de si”?
11-15: A objeção do “discurso temerário”: o Bem não é livre, posto que não é mestre de sua própria natureza
16-30: Resposta: recusar a liberdade ao Bem, significa arruinar toda possibilidade de ser livre, e a esvaziar de toda significação a expressão “o que depende de nós”
31-46: Recensão de diferentes teses absurdas relativas ao Bem
46-54: Não há diferença entre o que, no Bem, corresponde ao conceito de existência e o que corresponde nele ao conceito de atividade.
7. El alma se considera libre cuando tiende al bien sin que nada la obstaculice y a través de la inteligencia. Lo que hace entonces depende realmente de ella, pues la inteligencia es libre por sí misma. En cuanto a la naturaleza del Bien sabemos que es lo deseable por sí mismo y aquello en virtud de lo cual todos los demás seres actúan por sí mismos, unas veces con la posibilidad de alcanzarlo libremente y otras disponiendo ya de EL. Mas ahora nos preguntaríamos: ¿cómo ese Bien, señor de todas las cosas estimables y que ocupa la primera morada, punto de mira de todas las cosas y al que todas las cosas están suspendidas pues de El reciben su poder y de modo especial el poder de hacer lo que depende de ellas, cómo ese Bien, digo, se vería reducido a lo que cualquiera de nosotros, tú o yo, puede poseer? Difícilmente reconoceríamos esto con relación a la inteligencia, aunque nos viésemos arrastrados a ello por la fuerza.
Posiblemente, en este punto, surgiese un razonamiento temerario y extraño: “El Uno es lo que es -diríase-, pero no por eso es dueño de ser lo que es, ya que no tiene su ser de sí mismo ni es realmente libre. No depende de él el actuar o el no actuar, puesto que en ambos casos se ve forzado por la necesidad”. Serían desde luego palabras rudas y embarazosas, destructoras de la naturaleza voluntaria y libre e incluso de la idea de algo dependiente con respecto a nosotros. Pero en vano le buscaríamos sentido, como palabras que carecen de fundamento sólido. Porque no sólo tendría que admitirse que nada depende de nada, sino que no podrá pensarse ni concederse que esas palabras nos digan algo.
Mas supongamos que se atribuye un sentido a esas palabras; en este caso la refutación resulta más fácil, ya que la idea que las mismas palabras expresan se aplica a las cosas para las que no estaba pensada. Ese pensamiento no se ocupa para nada de la existencia ni de procurársela a sí mismo (le sería imposible producirse a sí mismo y traerse a sí mismo a la existencia), sino que lo que quiere es conocer cuál de entre los seres es esclavo de los demás y cuál por el contrario es libre e independiente de los otros, señor, por tanto, de sus actos. Bien se ve que eso no corresponde legítimamente más que a los seres eternos como tales, ya porque persigan el Bien sin oposición alguna, ya porque lo posean realmente. Sobre estos seres se encuentra todavía el Bien, por lo cual resultaría ilógico que buscase otro bien por encima de sí.
Pero tampoco se hablaría con más exactitud diciendo que existe por mero azar. Sólo admitimos el azar para las cosas derivadas y múltiples, y no decimos por tanto que el Primer ser existe por azar ni que no es señor de su nacimiento, puesto que no cabe incluirle en el devenir. También es absurdo afirmar que no es libre por haber surgido tal como es, ya que en este caso se estimaría como privilegio del ser libre el producir o actuar en contra de su naturaleza. Y no le privaremos de su libertad por el hecho de que permanezca solitario, dado que si permanece en esta situación no es por el impedimento de algún otro ser sino porque se complace a sí mismo de esta manera y no existe en verdad nada que sea mejor que él. ¿O es que íbamos a negar la libertad al ser que se acerca más al Bien? Si esto es absurdo, todavía lo es más el privar al Bien de la libertad, porque, ya por ser el Bien, permanece en sí mismo y no tiene necesidad de moverse hacia otro ser en tanto los demás seres se ven obligados a dirigirse hacía él. Nada, pues, exige el Bien de los otros seres.
No veamos ahí como dos cosas diferentes su existencia y su acto (no se daba ya esa distinción de ser y acto en la inteligencia); porque no encierra más verdad el decir que actúa según lo que es, que decir que es según su acto. Su acto no se sigue de su naturaleza, ya que no es lícito atribuirle cual a un sujeto su propio acto y su propia vida. Su ser coexiste con El y viene dado desde la eternidad con su acto. El mismo está hecho de ambos, esto es, de sí y de ningún otro ser.