Terceira parte: O discurso positivo sobre a liberdade do Bem
Capítulo 13: Início do discurso positivo a respeito do Bem
1-5: Advertência: As expressões que vão doravante ser empregadas não tem outra finalidade que persuadir
5-11: Há total identidade entre o ato do Bem e sua realidade: ele não age portanto sendo submisso a sua natureza
11-40: Cada ser se deseja ele mesmo desejando o Bem; também o Bem deve a fortiori se querer ele mesmo
41-47: O Bem é a única realidade a encontrar absolutamente satisfação nela mesma
50-59: O Bem se produz ele mesmo.
13. Si por mera conveniencia usamos de unos términos tales que, ciertamente, no resultan apropiados, digamos de nuevo que, en lenguaje más riguroso, no cabe admitir aquí una dualidad, ni siquiera de carácter mental. Lo que yo diga ahora no tiene, sin embargo, otro objetivo que el de convencer, aunque para ello se prescinda de razonamientos serios.
Concedido que ese (Principio) actúe y que sus actos sean obra de su voluntad (porque es evidente que no actuará sin quererlo). Sus actos, no cabe duda, constituirán su esencia, y su voluntad, a su vez, quedará identificada con ella. Se tratará de algo que es como quiere ser, de algo de lo que no cabe decir que quiere y actúa según su naturaleza, puesto que tiene la esencia que desea tener por su acto. Es, por consiguiente, totalmente dueño de sí porque su ser depende de él.
Consideremos todavía estas razones: cada uno de los seres desea el Bien y querría mejor ser el Bien que lo que precisamente es. Piensa que su ser se realza a medida de su participación en el Bien, y se coloca así en aquel estado en el que tiene tanto bien cuanto le es posible, porque cree que la naturaleza del Bien debe ser, con mucho, preferible por sí misma, si es que la parte de Bien que haya en una cosa ha de preferirse a cualquier otra. La esencia, en este caso, es algo conforme a la voluntad, próxima justamente de lo que quiere ser, y una y la misma cosa con la voluntad por la cual existe.
En tanto un ser no posee el Bien, siente deseos de algo; pero en el momento en que posee el Bien se quiere realmente a sí mismo. La presencia del Bien en él no habrá que atribuirla al azar ni a algo que sea extraño a la voluntad. Su esencia, por el contrario, está delimitada por él y, gradas a esto, se pertenece a sí misma. Si cada ser se hace, pues, por el Bien lo que es, el Bien, con mayor motivo, existirá por sí mismo, ya que es El quien permite a los demás seres que sean por sí. Diríamos que la voluntad de ser y la esencia están ahí unidas, sin que pueda concebírsele prescindiendo de la voluntad de ser por sí mismo lo que es. Concurriendo a sí mismo y queriendo ser lo que es, el Bien es de hecho lo que quiere ser. Su voluntad y su ser constituyen una unidad, pero sin que esto venga a disminuir su carácter de ser uno. No cabría distinguir aquí entre lo que de cierto es y lo que, por otra parte, hubiera querido ser. Porque, ¿qué es lo que querría ser que ya verdaderamente no lo sea?
Dando por supuesto que haya escogido por sí mismo lo que quiere ser y que esté dentro de su posibilidad el dejar su naturaleza por otra, aun así no querría ser lo que no es, ni tendría que formularse censura alguna, como si su ser fuese tal cual es por una rigurosa necesidad. Es indudablemente lo que siempre ha querido y quiere ser. La naturaleza del Bien es esencialmente la voluntad, sin que ello nos fuerce a decir que obedece a las seducciones y atractivos de su propia naturaleza. El Bien se quiere a sí mismo tal como es, ya que ninguna otra cosa fuera de él puede atraerle.
Diríase ciertamente que los demás seres no tienen en su esencia una razón que les atraiga y que, por tanto, pueden estar enojados consigo mismos, En lo que concierne a la existencia del Bien se da por necesidad el acto de escogerse y quererse a sí mismo, pues si así no fuese no habría ser alguno que se holgase consigo, dado que tal complacencia, precisamente, descansa en la participación en el Bien y en la imagen que se posee de El. Conviene transigir, al hablar del Bien, con las palabras que nos vemos obligados a emplear para calificarle; esas palabras, desde luego, no las empleamos con toda rigurosidad. Tómense si acaso con cierto condicionamiento.
Si, pues, existe el Bien y existen con El su voluntad y su poder de elección (no podríamos concebirle privado de estas dos cosas), no deberá implicarse en esto una realidad de varias cosas. Por lo pronto, la voluntad y la esencia del Bien habrán de reducirse a una sola cosa, esto es, se entenderán necesariamente como provenientes de El. De modo que ya la misma razón nos dice que el Bien se ha producido a sí mismo. Si la voluntad proviene del Bien cual si se tratase de una obra suya y si, por otra parte, esa voluntad es idéntica a su existencia, no cabe duda que es el Bien quien se da a sí mismo la existencia. Pero ello supone que el Bien es lo que es no por azar, sino por designio de su voluntad.