La epode terapéutica, en suma, es un logos kalos, un «bello discurso» ; éste es eficaz produciendo en el alma sophrosyne; en consecuencia, la posesión de sophrosyne es condición previa para la operación sanadora de la epodc. ; Qué es, entonces, la sophrosyne? ¿La posee ya en su alma Cármides, o bien hay que procurársela por medio del ensalmo ? «Si la sophrosyne está ya en ti y en medida suficiente no necesitas ni de los ensalmos de Zamolxis ni de los de Abaris el Hiperbóreo, y puedo darte en seguida el medicamento para la cabeza ; pero si estimas que te falta algo de ella, debes someterte al ensalmo antes de la administración del fármaco» (158 b-c). Y si en el alma de Cármides existe ya la sophrosyne, ¿ será capaz el joven de expresar certera y precisamente lo que ella es ?
El cuerpo del diálogo es una respuesta a estas tres interrogaciones. En su coloquio con Cármides y Critias, Sócrates trata de saber lo que es la sophrosyne, si ésta existe en el alma de Cármides antes de recurrir al ensalmo y si el muchacho posee una idea suficientemente clara de tal virtud. Sea o no necesario en este caso el empleo de la cpódé, el imperativo de la «presentación» del alma por el paciente es así expresa y metódicamente cumplido.
El resultado de la investigación socrática no es terminante. Las varias definiciones de la sophrosyne que sucesivamente van apareciendo — «hacer todo con buen orden y con sosiego» (159 b), «sensibilidad al pudor» (160 e), «hacer cada uno lo que le es propio» (161 b), «práctica del bien», (163 e), «conocimiento de sí mismo» (164 d), «la única que entre todas las ciencias tiene por objeto a sí misma y a las demás» (166 e), «ciencia de la ciencia y de la ignorancia» (169 a) — no resisten la presión de una crítica fina y rigurosa ; en él mejor de los casos, son meras aproximaciones a la esencia de aquella virtud. «Henos aquí derrotados en toda la línea — confiesa Sócrates — e capaces de descubrir a qué dio el nombre de sophrosyne el legislador del lenguaje» (175b); y lo que es peor, arrastrados por la fuerza del razonamiento a la conclusión de que la sophrosyne sirve para nada (175 d).
¿ Qué puede y debe hacerse en tal trance ? ¿ Declarar que el ensalmo del Tracio no tiene valor alguno ? Sócrates prefiere considerarse «mal buscador)» y seguir creyendo que la sophrosyne es un gran bien (175 e). Muchos años más tarde, ya al término de su vida, afirmará Platón que la sophrosyne, existente también en los animales y en los niños, debe ser considerada como forma irracional de la virtud (Leyes, VI, 710 a)1. La virtud humana puede ser irracional; ciencia y virtud no son términos interconvertibles. Con ello Platón, discípulo y continuador de Sócrates, se aparta resueltamente del pensamiento socrático2).
Cármides, a su vez, se entrega confiadamente al proceder de su maestro : cree en la bondad y en la utilidad de la sophrosyne, aunque su razón no sea capaz de demostrarlas, y confiesa sin reservas su necesidad de ella : «estoy bien cierto de necesitar mucho el ensalmo, y nada por mi parte impedirá que yo sea ensalmado por ti todos los días, hasta que tú digas que es bastante» (176 b), dice a Sócrates, y esa decisión — «ofrecerse para ser encantado por él» (176 b) — es para Critias, tutor del joven, la mejor demostración de que en el alma de éste existe la sophrosyne.
A la vez que una discusión en torno a la sophrosyne, el Cármides es un poderoso esfuerzo por racionalizar la epode. La «fuerza» de ésta, su dynamis, no le viene ahora de una virtud mágica ; esa «fuerza» no es un orenda manejable por hombres especialmente dotados para ello, chamanes, magos o hechiceros, sino algo natural e inherente a la palabra misma, cuando la palabra es idónea y bella. Gorgias y Antifonte habían iniciado el camino. Los textos de las Leyes en que aparece el término epode van a conducirnos hasta el límite de ese empeño racionalizador de Platón.
Lo cual no es óbice para que algunos hombres especialmente dotados y educados puedan tener un conocimiento intelectual de lo bello y lo bueno. Tal es el caso de los nomophylakes o «guardianes de las leyes». Acerca de lo bello y lo bueno, estos «guardianes» deben conocer «no solamente lo que es múltiple, mas también lo que es uno» (Leyes, XII, 966 a). El problema de la masa y la minoría queda así enérgicamente planteado por Platón. ↩
Por lo menos, del radical intelectualismo ético del Sócrates a que tópicamente se refieren los autores. El Sócrates que nos presentan Platón y Jenofonte fué todo menos un «intelectualista puro». Véase Vida de Sócrates, de A. Tovar (Madrid, 1947 ↩