Antes de proceder a tal pesquisa, no será inoportuno señalar el doble vínculo que traba en unidad esas cinco acepciones de la katharsis platónica. Entre todas ellas hay, en primer término, un nexo formal y externo, porque todas aluden a. la «pureza» o «limpieza» de algo. Pero también hay — y esto es lo decisivo — un nexo profundo, radical, afincado en el fundamento mismo de la realidad a que cada una de ellas se refiere: el carácter sacro o divino de lo verdaderamente «puro», sea la physis cósmica, la contemplación de las ideas o la armonía anímica del hombre que vive según la justicia. Como la realidad del hombre bajo la aparente diversidad de sus partes y actividades, la katharsis, tan diversa en los escritos de Platón, es también «divinamente una», y ello hace que sea analógico — y no meramente metafórico, como a veces se ha dicho — el empleo de un mismo vocablo para designar cosas en apariencia tan distintas entre sí como el lavado de un ¡mueble, un rito lustral y el conocimiento filosófico. Bajo el juego verbal y conceptual de la metáfora hay en este caso verdadera analogía, la analogía que los escolásticos denominan «intrínseca».
De las cinco acepciones antes señaladas, las tres primeras eran tópicamente griegas en tiempo de Platón, en contraste con las dos últimas, tan entera y originalmente platónicas. Platón fué, en efecto, el primero en hacer del alma el sujeto de la «purificación» o katharsis1. «La katharsis y los agentes catárticos (katharmoi) de la medicina y la adivinación — dice Sócrates en el Cratilo — …, todo ello no parece tener más que una virtud: hacer al hombre puro de cuerpo y de alma» (405 a-b). Pero éste es el problema. ¿En qué consiste eso de ser «puro de alma» ? La «pureza» del cuerpo se obtiene con medicamentos y baños higiénicos y lústrales. ¿Cómo se consigue, en cambio, la «pureza» del alma ? Y, sobre todo, ¿qué ha pasado en el alma de quien se ha sometido a la katharsis que Platón propugna ?
Tratemos de recoger y ordenar el sutil, matizado y disperso pensamiento platónico acerca del tema. El nous, la mente, «do divino en nosotros» — «el puro nous», se le llama una vez (Crat., 396 b) — , es puro por sí mismo ; por tanto, no tiene necesidad de katharsis. Pero el hombre es a la vez nous y cuerpo viviente ; o, si se quiere más precisión, mente o nous, cuerpo o soma y alma o psyche, entendiendo por ésta la vida del cuerpo individual y el principio de esa vida. De lo cual se desprende que el hombre viviente sólo podrá ser katharos, «puro», mediante la katharsis de su cuerpo y de su alma. «Purificar el alma» : tal es la nueva consigna2. ¿Cómo cumplirla?
Todos conocen la solución simplista y extremada del Fedón. El hombre consigue la pureza de su alma — y, por tanto, su propia pureza — entregándose a la vida teorética ; esto es, actuando en su vida con sólo el nous, siendo puro nous, en la medida en que esto es posible en la existencia terrena, y preparándose así para la bienaventuranza que al verdadero filósofo está reservada allende la muerte. La «purificación del alma», en suma, consiste en librarse del cuerpo hasta donde se pueda. La sensación impurifica, el cuerpo mancha al alma, la impregna de mal (65 e-66 b) ; si el alma quiere lograr su pureza deberá adquirir el hábito de «retraerse sobre sí misma desde todos los puntos del cuerpo» (67 c)3; la injusticia, mal del alma, procede en último extremo de la contaminación de ésta por el cuerpo, y tanto la valentía (andreia) como la templanza (sophrosyne) sólo cobran su recto y salutífero sentido cuando se ejercitan en el menosprecio del cuerpo (68 c-69 a).
Con ello adquiere expresión radical un pensamiento platónico ya esbozado en los diálogos de la juventud. La injusticia y la intemperancia son enfermedades del alma ; la justicia es, por consiguiente, la medicina de la perversidad, iatrike ponerias, dice Sócrates en el Gorgias (477 b-478 e). La impureza del alma, añadirá el Cratilo, es debida al desorden de los deseos corporales (403 e-404 a). Pues bien, eso es así — concluye el Fedón — porque el cuerpo en cuanto tal impurifica al alma, la mancha, la hace enferma y menesterosa de katharsis. La injusticia del hombre no sería otra cosa que la infección de su alma por la corporeidad.
La concepción de la injusticia y la perversidad como enfermedades del alma no desaparece en la obra ulterior de Platón. Recuérdese la cuidadosa definición y división de la katharsis en el Sofista. La katharsis es el arte de separar lo bueno de lo malo ; es, en consecuencia, techne diakritike, arte de criba o discernimiento. Ahora bien, parece necesario distinguir la katharsis de los cuerpos inanimados y la de los cuerpos vivientes, y en esta última la del cuerpo y la del alma. La katharsis del cuerpo es procurada por la gimnástica, que aparta de él la fealdad, y por la medicina, que le libra de la enfermedad. La katharsis del alma, a su vez, borra de ésta la perversidad, que es su «enfermaedad» más propia (nosos psyches), y la ignorancia, que no es sino su peculiar modo de padecer fealdad (226 c-228 a). «Enfermedad del alma» es también el desenfreno venéreo, según un texto del Timeo (86 d), y «enfermedades» de Aquiles — del alma de Aquiles, se entiende — fueron la avaricia y el desprecio de dioses y hombres (Rep., III, 391 c) 4.
La expresión kathairein ten psykhen, «purificar el alma», aparece por vez primera en el círculo socrático (Jenofonte, Platón). Ha de pensarse, pues, que Sócrates debió de ser su inventor. Hasta él, para decir que algo distinto del cuerpo era impuro en el hombre, los griegos usaban la palabra phrin. En la famosa inscripción de Epidauro, donde se manifiesta, parece, una preocupación moral, se lee phronein, y en Eleusis se trataba de gnomen kathareuein, «purificar el pensamiento» (Cf. Moulinier, op. cit., pág. 329). ↩
Quede intacta la cuestión de si los órficos y los pitagóricos hablaron expresamente de ese kathairein ten psykhen. ↩
Indica claramente este texto, hace notar Boyancé (op. cit., pág. 83 y sigs.), que la psyche es para Platón una realidad material. Sin ello, añado yo, no sería posible el carácter analógico de la nasos psyches (vide infra). ↩
Leyes, XI, 925 e, habla de «manquedades de la inteligencia», peroseis dianoias, por oposición a las «enfermedades del cuerpo» (somaton nosemata). Textos semejantes en Oorg., 477 b-c y 480 b; Rep., X, 609 c-e y 610 c; Leyes, IX, 862 c. ↩