Capítulo 3: A vida é um bem graças à virtude e ao favor da separação do corpo.
3 —Si, pues, la vida es un bien, ¿compete este bien a todo viviente?
—¡Oh, no! La vida del malo es renqueante1, como lo es la del ojo que no ve con limpidez, porque no desempeña su función propia2.
—Si, pues, la vida que tiene mezcla de mal es un bien para nosotros, ¿cómo negar que la muerte sea un mal?
—¿Un mal para quién? El mal debe sobrevenir a (5) alguien; pero para aquel que ya no existe o, si existe, está privado de vida, ni aun en este caso3 hay mal alguno, como no hay mal alguno para una piedra. Pero si hay vida y alma después de la muerte, ya será un bien, tanto mayor cuanto mejor realiza sin el cuerpo sus propios actos4). Y si, por otro lado, se integra en el Alma total5, ¿qué mal puede sobrevenirle, estando allá? Y, en general, así como para los dioses hay bien, (10) eso sí, pero no mal alguno, así tampoco lo habrá para el alma que preservare su propia pureza. Pero si no la preserva, será un mal para ella no la muerte, sino la vida. Y si además hay castigos en el Hades, de nuevo aun allá la vida será un mal para ella porque no será meramente vida.
—Pero si la vida es asociación de alma y cuerpo, mientras que la muerte es disociación de los mismos, (15) el alma será susceptiva de ambas cosas. Ahora bien, si la vida es buena, ¿cómo negar que la muerte sea un mal?
—Es que la vida es un bien para los que la poseen no en cuanto asociación, sino porque por la virtud se guarda uno del mal; pero la muerte es un bien mayor. O mejor, hay que decir que de suyo la vida misma en (20) el cuerpo es un mal, pero que por la virtud el alma se sitúa en el bien porque no vive la vida del compuesto, sino que está ya separándose de él6.
La imagen de la vida «renqueante» del malvado está tomada de Platón, Timeo 44 c 2-3. ↩
También el ejemplo del ojo está tomado de Platón (República 608 e-609 a), pero Plotino lo sabía muy bien por propia experiencia (Vida 8, 3-4; 16-17), sobre todo al final de su vida (ibid. 2, 14-15). Cf. I 8, 13, 1-2. ↩
Es decir, ni aun en el segundo caso de que exista pero no viva. Para todo este pasaje, cf. la introd. a I 7, n. 3. ↩
El alma pura desencarnada se halla plenamente en el mundo inteligible (IV 5, 1, 5-6 ↩
Vuelve a su prístino estado. Precisamente el origen del mal del alma está en su particularización (Introd. gen., secc. 73). ↩
Cf. I 6 n. 41. ↩