Enéada II, 1, 5 — Sobre o demiurgo, a alma do mundo e a alma intelectiva

5. ¿A qué es debido que las partes del cielo subsistan y que, en cambio, no permanezcan los elementos y animales de la tierra? He aquí lo que dice Platón: “Unos provienen del Dios supremo, otros de los dioses salidos de éste; no es licito que conozcan su destrucción los seres que provienen de Aquél”. O lo que es lo mismo, que a continuación del demiurgo viene el alma del cielo y luego las nuestras; una imagen de esa alma del cielo, que proviene de ella y deja fluir seres superiores, crea también los seres animados de la tierra. Tal imagen imita el alma del cielo, pero carece de poder porque hace uso para su creación de cuerpos realmente inferiores, e, igualmente, porque se halla situada en un lugar Inferior. Las cosas con las que ella trabaja no quieren permanecer inmóviles; así, por ejemplo, los seres animados de la tierra no pueden existir siempre y sus cuerpos no alcanzan a ser dominados a la manera como ocurre con el del cielo; es otra alma, pues, la que ejerce aquí su gobierno de modo inmediato.

Si el conjunto del cielo es eterno, sus partes, esto es, los astros que se dan en él, lo serán también; porque, ¿cómo podría ser eterno si los astros no lo fuesen a la vez? Las cosas que se encuentran por debajo del cielo no son ya realmente partes del cielo; o, en otro caso, el cielo se extendería más allá de la luna. En lo que a nosotros concierne, hemos sido modelados por el alma que proviene de los dioses del cielo y por el cielo mismo; ésa es la razón de nuestra unión al cuerpo. Mas existe en nosotros otra alma que nos proporciona la identidad; y es ella la causa, no de nuestra existencia, sino del bien que se da en nosotros. Esta alma tiene su origen cuando el cuerpo ya se encuentra formado; debemos también a ella, que facilita nuestra existencia, lo poco de racional que nosotros poseemos.