2- El dicho de que “toda alma está al cuidado de lo inanimado”1 se aplica especialmente al alma universal. Pero cualquier otra alma también lo hace de otro modo. Y así, “recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras otra”2, esto es, en forma de alma sensitiva, de alma razonable o de alma vegetativa. La parte que en ella domina cumple su función propia, en tanto las otras permanecen inactivas, por ser exteriores a ella. En el hombre, en cambio, las funciones inferiores no dominan, sino que se dan en él; tampoco domina siempre la llamada función superior, ocupando las demás un cierto lugar a su lado. Porque, realmente, el hombre es como un ser sensitivo, que cuenta con órganos de la sensación; de este modo, muchas veces se comporta cual una planta, ya que tiene un cuerpo que crece y engendra. Todas las funciones del hombre colaboran entre sí; no obstante, sólo es hombre y posee su forma plena en razón de su función superior.
Al salir del cuerpo el alma se convierte en lo que había en ella de sobreabundante. Esto nos prueba claramente que conviene elevarse de este mundo hacia lo alto3, para no transformamos en una potencia puramente sensitiva, dejándonos llevar a tal efecto de las imágenes sensitivas, ni asimismo en una potencia vegetativa, cediendo en este caso al deseo sexual y al ansia de la comida, sino en un ser verdaderamente inteligente, en una inteligencia y en un dios4. “Cuantos han conservado su condición de hombres, de nuevo se volverán hombres; pero los que vivieron sólo por los sentidos, ésos se convertirán en bestias; serán bestias salvajes si esa vida de los sentidos va unida en ellos a la pasión: la diferencia de estas facultades produce precisamente la diferencia de estos seres5. Cuantos acompañen la vida de los sentidos de deseos y placeres, se verán reducidos a meros animales desenfrenados y glotones. Si, con tales inclinaciones, obedeciesen a una lenta sensibilidad, se convertirán en plantas, porque cuando aquéllas aparecen aisladas, lo que priva sobre todo es la potencia vegetativa, disponiéndose entonces el hombre a convertirse en un árbol. Los amigos de la música, que conservaron sus almas puras, se transformarán en pájaros cantores; los reyes que no han contado con la razón serán en lo sucesivo águilas, siempre que no hayan contraído otros vicios6; los astrónomos que hubiesen desdeñado la inteligencia, con su vista fija en el cielo, se verán convertidos en pájaros que vuelan por las regiones de lo alto. Y, en fin, el que ha cuidado de las virtudes cívicas, ése permanecerá como hombre; pero caso de que las haya observado en menor escala, pasará a ser un animal sociable, tal como ocurre con la abeja”7.
Al advertir en la República platónica, 519 a- b , con que agudeza se aplica a lo que le interesa el alma de los hombres perversos, dice Sócrates: “Si ya desde la infancia se procediese a una poda radical de las tendencias innatas que, como bolas de plomo y empujadas por la glotonería y otros placeres por el estilo, inclinan hacia abajo la visión del alma; si, liberada de ellas, se volviese, en cambio, hacia la verdad, esa alma de esos mismos hombres la vería con gran agudeza, no de otro modo que las cosas que ahora ve”. ↩
Referencia a la conversión del alma de Agamenón en águila, según el mito de Er el Armenio, La República, 620 b. ↩
Es la célebre tesis platónica, puesta por el adivino en boca de la virgen Láquesis. Cf. de nuevo el mito de Er, en La Republica, 617 e. ↩