Enéada III, 4, 3 — O demônio que se é e o demônio que se tem

3-¿Cuál es, por tanto, el demonio que nos guía? Sin duda, un demonio de este mundo. ¿Y qué dios? ¿También un dios de este mundo? Porque es claro que se trata de una facultad activa que conduce a cada uno y le dirige aquí abajo. ¿Pero es ella realmente el demonio que nos ha tocado en suerte? En modo alguno, dado que el demonio es algo anterior a ella; algo que, sin actuar, se halla al frente de nuestra vida, pues sólo actúa verdaderamente la facultad que viene después. Supongamos que priva en nosotros la sensibilidad: nuestro demonio es, en tal caso, un principio razonable. Si, en cambio, vivimos de acuerdo con la razón, nuestro demonio se sitúa por encima de ella y, sin necesidad de actuar, condesciende con la actividad de la razón. De ahí que diga (Platón) que somos nosotros los que elegimos1 porque al escoger un género de vida escogemos también un demonio superior a ella. Pero, ¿por qué nos conduce? No es lógico que conduzca al que ya ha concluido su vida, mas sí que lo haga con anterioridad, en tanto nosotros vivimos; terminada nuestra vida obedecemos a otro demonio, pues hemos muerto ya a la vida en acto.

Por tanto, mientras vivimos, nuestro demonio quiere conducirnos y, en efecto, nos domina; pero, a la vez, él mismo tiene otro demonio. Si nos vemos agobiados por el peso de nuestras malas costumbres, encuentra el castigo para nuestra falta. De tal modo es castigado el malo que se ve reducido a una vida inferior, semejante por su misma actividad a la vida de las bestias. Si, por el contrario, podemos seguir al demonio que está por encima de nosotros, tendemos hacia arriba en convivencia con él y, entonces, este demonio se convierte en nuestra parte mejor, a la que concedemos el gobierno; pero otro vendrá todavía después de él hasta llegar al demonio más alto. Porque el alma es una multiplicidad y es también todas las cosas, tanto las de arriba como las de abajo, en toda la extensión de la vida. Cada uno de nosotros constituimos un mundo inteligible, enlazados por el cuerpo con las cosas inferiores, y con las cosas superiores por la parte inteligible. Permanecemos en lo alto por nuestra parte totalmente inteligible, pero, en cambio, por la parte que ocupa el último lugar nos encadenamos a las cosas de este mundo, como si infundiésemos a éstas una emanación, y aún mejor, una actividad de la parte inteligible, que, sin embargo, no queda por ello disminuida.


  1. Cf. Platón Timeo, 33 c.