Enéada III, 5, 2 — O amor como deus

2- Trataremos ahora del amor calificado como un dios, no sólo por todos los demás hombres sino también por los teólogos y por Platón que, repetidamente, llama a Eros hijo de Afrodita1 y le hace guardián de los niños hermosos, como el dios que mueve sus almas hacia la belleza inteligible o que acrecienta la tendencia que ya les lleva allí. De esto precisamente deberemos hablar. Aceptaremos también lo que se dice en el Banquete, donde Eros no aparece como hijo de Afrodita, sino de Poros y de Penia, el mismo día del nacimiento de Afrodita2. Parece oportuno que hablemos de Afrodita, ya sea Eros nacido de ella, ya haya nacido al mismo tiempo que ella.

Lo primero que se nos ocurre es preguntar: ¿Quién es Afrodita? En seguida nos preguntaremos cómo ha nacido Eros de ella o al mismo tiempo que ella, o cómo puede haber nacido con ella y al mismo tiempo que ella. Decimos que hay una doble Afrodita, la Afrodita celeste, considerada hija de Urano, y otra que es hija de Zeus y de Dione y que preside los matrimonios humanos3. La primera carece de madre y no interviene en los matrimonios porque ella misma no se ha casado en el cielo. La llamada Afrodita celeste es la hija de Cronos, esto es, la inteligencia, y constituye necesariamente el alma más divina; nacida directamente de un ser puro, ella misma también es pura y permanece en lo alto, sin querer ni poder descender a este mundo. No viene a hollar las cosas de aquí abajo porque es una hipóstasis separada de la materia y una esencia que no tiene parte en ella, de ahí que se haya dicho enigmáticamente que carece de madre4. Diremos en justicia que es algo divino y no un demonio, por tratarse de un ser puro y sin mezcla, que permanece en sí mismo. El ser que nace directamente de la inteligencia es, en efecto, un ser puro, que obtiene toda su fuerza de lo que está más próximo a él, y que, asimismo, siente el deseo de fijarse en su generador, el único ser capaz de retenerlo en lo alto. De ahí que el alma no caiga, suspendida como está de la inteligencia, y que, con mayor motivo, no lo haga igualmente la luz que brilla alrededor del sol, que viene de él y aparece suspendida de él. Conducida por Cronos o, si se quiere, por el padre de Cronos, Urano, dirige su actividad hacia él y se une íntimamente a él con un amor apasionado; es así como engendra a Eros y con él mira hacia Cronos. Este acto produce una hipóstasis y una esencia, y ambos, la madre y el hermoso Eros, lanzan su mirada hacia Cronos. Eros viene a ser la hipóstasis ordenada siempre hacia otra belleza, algo intermedio, pues, entre quien desea y el objeto deseado. Para el que ama es como el ojo con el que puede ver el objeto amado. Corriendo por sí mismo delante de él y antes incluso de haber dado al amante la fuerza de ver por su propio órgano, se llena por completo de esta visión. Es realmente quien primero ve, pero no, sin embargo, como el amante, porque el objeto de la visión queda fijado en el amante, en tanto aquél recoge el fruto de la visión de la belleza que pasa por delante de sí.


  1. Cf. Platón, Banquete, 203 c. 

  2. Cf. Platón, Banquete, 180 d. 

  3. Nueva referencia al Banquete. 180 d. 

  4. Cf. lo que se dice en el Banquete, 199 d.