Enéada III, 5, 6 — A natureza dos demônios

6- ¿Qué debemos decir, pues, de Eros y de su nacimiento? Está claro que hay que considerar quién es Penia y quién es Poros, y cómo convienen a Eros estos progenitores. Porque, naturalmente, tendrán que convenir también a los demás demonios, si los demonios, como tales, han de poseer una sola y única naturaleza y esencia, y no tan sólo una comunidad de nombre. Consideremos, por tanto, cómo distinguimos los dioses de los demonios, no cuando afirmamos, como muchas veces hacemos, que dioses y demonios son lo mismo, sino cuando atribuimos a ambos un linaje diferente. Decimos y pensamos que el linaje de los dioses es impasible, en tanto a los demonios les atribuimos pasiones. Así, decimos de éstos que son seres eternos, situados a continuación de los dioses y mirando hacia nosotros, como intermediarios entre los mismos dioses y nuestro linaje. Y nos preguntamos ¿cómo no permanecieron también impasibles? ¿Cómo abdicaron de su naturaleza para caer en algo peor? Otra cosa hemos de considerar: ¿acaso no hay demonios en el mundo inteligible y sólo se dan en el mundo sensible, mientras los dioses quedan limitados al mundo inteligible? ¿O hay dioses en este mundo, el cual no es, en ese caso, el tercer dios de que se habla comúnmente?1. Pero entonces tampoco los planetas, e incluso la luna, resultan ser un dios. Mejor será decir, sin duda alguna, que no hay demonios en el mundo inteligible, y que el demonio en sí, caso de existir, ha de ser un dios. En cuanto al mundo sensible, los planetas, con inclusión de la luna, son verdaderos dioses, los llamados dioses visibles, que ocupan el segundo lugar después de los dioses inteligibles y siempre de acuerdo con ellos. Están en dependencia de ellos como el brillo respecto de un astro. Pero, ¿qué decir de los demonios? ¿Se origina realmente una forma, que es su demonio, de cada alma que viene al mundo? ¿Y por qué de cada alma que viene al mundo? Ciertamente, porque el alma pura engendra un dios y porque decimos también que su Eros es un dios.

Otra cuestión: ¿por qué todos los demonios no son Eros? ¿Y por qué no se hallan igualmente limpios de toda materia? Los Eros son engendrados por el alma cuando ésta aspira al bien y a lo bello —puede decirse que todas las almas del mundo sensible engendran este demonio—, en tanto los otros demonios son engendrados únicamente por el alma del universo, que se vale de potencias diferentes. Estos demonios ayudan a completar y a dirigir cada ser en provecho del universo. Conviene, por tanto, que el alma del universo sea suficiente para este universo si ha de engendrar potencias demoníacas que correspondan a su acción total. Pero, ¿por qué estos demonios participan en alguna materia? No se trata, desde luego, de la materia corpórea, pues entonces serían seres vivos sensibles. Si toman corno cuerpos el aire o el fuego, su naturaleza será en primer lugar diferente de estos cuerpos, al objeto de que pueda participar en ellos. Un ser puro no se mezcla directa y totalmente a un cuerpo, aunque en opinión de la mayoría la esencia del demonio sea inseparable de un cuerpo, ya se trate de aire o de fuego. Pero, ¿por qué unos se hallan unidos a los cuerpos y otros no, si no existe una causa para esta unión? ¿Cuál podría ser esta causa? Hay que suponer que se trata de una materia inteligible, para que un ser, por medio de ella, llegue a unirse a la materia corpórea.


  1. Referencia a Aristóteles, De part. anim. 1, 5, 645 a 21.