7. Podemos hablar, por tanto, de dos naturalezas, una inteligible y otra sensible. Será mejor para el alma permanecer en la naturaleza inteligible, pero también es necesario, por la naturaleza que ella misma posee, que participe en el ser sensible. No hay que irritarse contra ella porque no sea superior en todo, ya que realmente ocupa un lugar intermedio entre los seres. Y cuenta, sin duda, con una parte divina, pero, colocada en el extremo de los seres inteligibles y en la vecindad de la naturaleza sensible, ha de dar a esta naturaleza algo de sí misma, recibiendo a cambio algo de ella, si no ha organizado las cosas con la debida seguridad o si, llevada de un excesivo celo, se adentró demasiado en su interior sin permanecer por entero en sí misma. No obstante, aún le es posible emerger de nuevo y, ya con la experiencia de lo que ha visto y sufrido aquí, comprender más fácilmente la existencia de la naturaleza inteligible y conocer también con mucha más claridad lo que es el bien por comparación con su contrario. Porque la prueba del mal nos ofrece un conocimiento mucho más claro del bien en todos aquellos seres cuyo poder es más débil y que, por consiguiente, apenas pueden tener conciencia del mal antes de haberlo experimentado.
Convengamos en que el pensamiento discursivo significa un descenso hasta el último grado de la inteligencia. Ni por una vez podrá remontar más allá, sino que, actuando por sí mismo y no pudiendo por otra parte permanecer en sí mismo por una necesidad y una ley de su naturaleza, habrá de llegar hasta el alma. Este y no otro es su fin, de tal modo que si procede a remontar el vuelo en sentido inverso traiciona en realidad a lo que viene después de él. Otro tanto ocurre con el acto del alma: lo que viene a continuación de él son los seres de este mundo; lo que se encuentra antes de él es la contemplación de la realidad. Para algunas almas esa contemplación se verifica parte por parte y sucesivamente, operándose la conversión hacia lo mejor en un lugar inferior. Sin embargo, lo que llamamos el alma del universo no se encuentra nunca en vías de obrar mal, ya que no sufre mal alguno y, por el contrario, aprehende por la contemplación lo que está por debajo de ella, sin dejar por esto de depender siempre de los seres que la anteceden, en tanto ambas cosas puedan ser posibles y simultáneas. Lo que toma de los seres de allá ha de darlo a los seres de aquí, puesto que, si es un alma, resulta imposible que no entre en contacto con ellos.