Enéada V, 3, 15 — O Uno “dá” o que ele não é

15. Pero, ¿cómo nos las ha dado? ¿Las poseía o no las poseía? Porque, ¿cómo pudo dárnoslas si no las poseía? Y si realmente las posee, entonces, no es simple. Si, por el contrario, no las posee, ¿cómo ha podido proceder de él una multiplicidad de cosas? Porque tal vez un ser simple pueda ser donación de una sola cosa (aunque haya motivos para dudar de ello, tratándose de un ser enteramente uno, para el que, sin embargo, puede invocarse la semejanza con el resplandor de la luz); pero, ¿cómo atribuirle una pluralidad? Sin duda, lo que provenga de él no tiene por qué ser idéntico a él, y mucho menos superior a él; porque, ¿qué podría haber superior al Uno y que estuviese más allá de todas las cosas? Ha de ser, por tanto, algo inferior, esto es, algo verdaderamente deficiente. Pero, ¿cuál es ese ser más deficiente que el Uno? ¿Y qué hay en realidad más deficiente que el Uno? Ciertamente, lo que no es Uno, es decir la multiplicidad, aunque se trate de una multiplicidad que aspira a lo Uno, y que es, por tanto, lo Uno múltiple .Porque lo que no Uno es conservado por el Uno y es lo que es gracias al Uno; ya que si una cosa compuesta de varias no ha logrado hacerse una, no puede decirse siquiera que ella es. Si cada una de las cosas puede decirse lo que es, concédase esto a la unidad y, además, a la identidad. Pero, lo que no tiene multiplicidad en sí mismo, eso no es uno porque participe en lo Uno, sino porque es lo Uno en sí, que no cabe atribuir a otra cosa, puesto que de él provienen todas las demás cosas, tanto las que permanecen próximas como las alejadas de él. Una de estas cosas permanece idéntica a sí misma y es claro que viene después del Uno porque la multiplicidad de sus partes es también una; por tanto, aunque posea muchas partes, éstas se adscriben a una misma cosa y no puede distinguírselas porque todas ellas constituyen un conjunto. Cada una de las cosas que provienen de ella es, a su vez, una unidad múltiple, en tanto participe de la vida; pero, sin embargo, no podrá mostrarse como la unidad de todas las cosas. Ella misma es esa unidad porque encierra en sí un gran principio, esto es, un principio que es la unidad real y verdadera. Lo que viene después de este principio, impulsado por el Uno, constituye todas las cosas porque participa del Uno. Y, cuanto se encuentre en él, será a la vez el todo y la unidad. ¿Será, entonces, todas las cosas? Todas las cosas de las que el Uno es principio. Pero, ¿cómo es principio de todas las cosas? ¿Tal vez porque las conserva y hace de cada una de ellas una sola cosa? Porque les proporciona su existencia. ¿Cómo, entonces? Porque ya las poseía con anterioridad. Pero en este caso, según se ha dicho, tendría que ser múltiple. Poseía, verdaderamente, todas esas cosas, sin que ellas mismas pudiesen ser distinguidas, porque, ¿no se las distingue en el segundo principio, por medio de la palabra? Este segundo principio es un acto, mientras que el Uno es la potencia de todas las cosas. Pero, ¿cuál es la significación de la palabra potencia? No se habla aquí de la potencia como cuando se dice que la materia está en potencia porque recibe las formas; ya que la materia sufre y este sufrimiento de la materia es todo lo opuesto a la acción. ¿Cómo, pues, produce el Uno lo que no posee? No produce, desde luego, ni por azar ni por reflexión, y, sin embargo, produce. Ya se ha dicho que si una cosa proviene Uno, tendrá que ser algo diferente a él; pero al ser otra no es una, porque el Uno es uno. Si, pues, no es una, sino dos, constituye necesariamente una multiplicidad, porque con ella se dan la diferencia, la identidad, la cualidad todo lo demás. Queda demostrado, entonces, que lo que proviene del Uno es algo que no es uno; pero subsiste nuestra incertidumbre respecto a la multiplicidad y, en especial, respecto a la multiplicidad que contemplamos en el ser que del Uno. De aquí que hayamos de investigar todavía por qué se da necesariamente algo posterior al Uno.