2. ¿Qué queremos decir al hablar de “un número infinito”1? En primer lugar, ¿cómo podría este infinito ser un número, si es infinito? Porque es indubitable que no hay una serie infinita de cosas sensibles ni puede llegarse, cuando se las cuenta, a un numero verdaderamente infinito. Llegaríamos; si acaso, a un número doble o múltiple y en un punto terminaríamos la cuenta y eso aunque nos extendiésemos a lo porvenir o mirásemos al pasado, pues aun reunido con lo anterior tendría igualmente un límite. ¿Concluiremos por afirmar que no se da en absoluto un número infinito y que sólo llegamos a esta noción al considerar el número que sigue? No está desde luego en la potestad del que cuenta el engendrar los números, porque éstos ya existen antes de su propio acto, como algo determinable y estable. En el propio mundo inteligible, lo mismo que los seres, el número tiene una determinada limitación, adecuada en todo a la existencia de los seres. Nosotros, en cambio, como quiera que hacemos del hombre una multiplicidad y le atribuimos la belleza y otras cosas más, engendramos a la vez que la imagen de una cosa la imagen de un número; y así como multiplicamos las imágenes de una ciudad de. una manera irreal, del mismo modo procedemos a multiplicar los números. En igual forma aplicamos nuestra cuenta al tiempo, esto es, según los números que se dan en nosotros; pero así también, y a pesar de nuestra aplicación, los números siguen permaneciendo en nosotros mismos.
Referencia al Parménides, 144 a. ↩