Enéada VI, 6, 3 — O Ilimitado

3. Mas, ¿cómo concebir entonces la realidad de este infinito? Porque lo que tiene existencia y es, queda ya incluido en el número. Pero, si en los seres se da realmente la multiplicidad, ¿cómo pensar que esta multiplicidad sea un mal? Diríamos a esto que la multiplicidad de los seres tiene en sí misma cierta unidad, lo que impide que sea multiplicidad en absoluto. Lo que es múltiple es menor que la unidad por el hecho mismo de su multiplicidad; de ahí que sea también inferior a lo que es uno. Al no conservar la naturaleza de la unidad, alejada de ella, esa multiplicidad se vuelve menor; su brillo proviene de la unidad y, por eso, hacia ella debe volver y en ella debe fijarse.

Mas, insistamos, ¿cómo concebir lo infinito? Porque, o bien se le cuenta entre los seres reales y limitados, o bien se le considera ilimitado y entonces no se le incluye entre los seres, sino quizás entre las cosas a las que afecta el devenir, como por ejemplo el tiempo. Podría argüirse que el infinito se ve limitado por lo mismo que es infinito; y en ese caso, no sería ya lo finito, sino lo infinito lo que recibiría limitación, porque nada habría entre lo finito y lo infinito para recibir la naturaleza del límite. Ciertamente, lo que es infinito rehuye la idea del límite; pero es apresado y rodeado por ella desde fuera. Su huida del límite no podemos considerarla como un ir de un lugar a otro, puesto que no cabe asignarle un lugar; pero el lugar se da necesariamente cuando lo finito queda encerrado en el límite. Podrá decirse por ello que lo que es infinito no es susceptible del movimiento local ni de ningún otro movimiento; de modo que no cuenta para él el movimiento. Pero tampoco puede asignársele la inmovilidad; porque, ¿dónde lo situaríamos realmente, si el lugar se da con posterioridad a él? Parece, pues, que debamos decir que se mueve, ya que no permanece inmóvil. Pero, ¿concebiremos este movimiento como el de los cielos que no salen de sí, o cómo el de los elementos que se elevan hacia lo alto o descienden hacia la tierra? De ninguna manera; porque en ambos casos se hace referencia a un mismo lugar cuando se juzga lo que cambia y no cambia de lugar en las regiones celestes. ¿Cómo, pues, llegaremos a pensarlo? Parece natural que prescindiendo mentalmente de la forma. Pero, ¿en qué sentido? Imaginemos a un tiempo cosas contrarias que no lo sean; situaremos en ellas lo grande y lo pequeño, porque lo uno tendrá que dar lo otro: lo estable y lo móvil. Ambas cosas serán su resultado. Ahora bien, es claro que antes de llegar a esto, lo que es infinito no es ninguna de esas cosas; la determinación viene dada por cada uno de vosotros. Lo que es infinito encierra los contrarios de una manera infinita e ilimitada y así nos lo representamos en cada cosa. Al acercar nuestro pensamiento a lo infinito sin arrojar sobre él la red del límite, se lo aprehende en su huida pero sin descubrir ahí unidad alguna; de otro modo, quedaría ya determinado. Por el contrario, si pensamos una cosa como si fuese una, se nos aparecerá como múltiple; mas, si decimos que es múltiple, incurrimos otra vez en falsedad, porque al no tener cada parte una unidad, el todo no podrá ser una multiplicidad. Es así como lo infinito guardará relación con la imagen que nos forjemos de él, y, a medida de ella, será movimiento o reposo; el hecho de no poder contemplarlo por sí mismo, constituirá un movimiento y un deslizamiento fuera de la inteligencia; pero la imposibilidad de que se realice, que os detiene al exterior, os rodea y no os permite avanzar, vendrá a ser un reposo. De manera que no podremos otorgarle tan sólo el movimiento.

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