24. Mas, ¿qué hace con nosotros? Tendremos que decir de nuevo cuál es esta luz que ilumina a la inteligencia y de la que también participa el alma. O mejor aún, dejáremos esta cuestión para después y nos preguntaremos ahora si el Bien es así llamado por ser el objeto del deseo de otro ser y, consiguientemente el bien de este ser, o si le consideramos como Bien por ser el bien para todos los seres. Podría obtenerse una prueba de que El es el Bien del hecho de que es algo deseado, pero aun eso no sería bastante y convendrá, por tanto, que este objeto del deseo tenga una naturaleza que lo justifique como Bien. ¿Se desea el Bien porque recibimos algo de El o por la alegría que nos proporciona? Si algo se recibe de El, ¿qué es en realidad lo que se recibe? Y si ciertamente nos produce alegría, ¿por qué ha de ser el Bien el que la produce y no otra cosa? ¿Le llamaremos Bien por alguna propiedad que descubramos en El o por algo extraño que se le añada? Y además, ¿no es acaso por siempre el Bien de otra cosa o es también su propio bien? Porque el hecho de que sea un bien no quiere decir que lo sea para sí mismo, sino que lo es al menos para otro. Entonces, ¿para qué naturaleza es un Bien? Pues existe alguna naturaleza a la cual no podría aplicarse el Bien. No desdeñemos, por ejemplo, esta objeción que podría ofrecernos un hombre irritado: “¡Cargáis aquí el acento con nombres verdaderamente pomposos y decís que la vida es un bien y que la inteligencia es un bien, cuando precisamente el Bien está más allá de la vida y de la inteligencia! Realmente, ¿por qué tendría que ser un bien la inteligencia? ¿Y cómo el que piensa las ideas posee también el Bien al contemplar aquéllas? Engañado por el placer de esta contemplación quizá se equivoque y diga que la contemplación es un bien; lo mismo que se engañaría al afirmar que la vida es un bien por el hecho de que sea agradable. Mas, si aquí no alcanzase ningún placer, ¿cómo podría hablar de bienes? ¿Qué sería para él la existencia? ¿Qué provecho obtendría de ella? Mejor aún, ¿qué diferencia podría haber para él entre existir y no existir si no descubriese la causa de este interés en el amor que siente hacia sí mismo? De modo que son esta añagaza natural y el propio temor de la destrucción los que le hacen creer que se trata de bienes.”
Enéada VI, 7, 24 — Definição do Bem como objeto de desejo da alma
- MacKenna: Tratado 38,10 (VI,7,10) — No inteligível toda coisa compreende sua “razão”
- MacKenna: Tratado 38,11 (VI,7,11) — Todos os seres possuem uma alma
- MacKenna: Tratado 38,12 (VI,7,12) — O inteligível é um “vivente total”
- MacKenna: Tratado 38,13 (VI,7,13) — A unidade do inteligível admite a multiplicidade das formas
- MacKenna: Tratado 38,14 (VI,7,14) — Multiplicidade das formas de todos os viventes
- MacKenna: Tratado 38,15 (VI,7,15) — O Intelecto e a vida inteligível não são senão uma imagem do Bem
- MacKenna: Tratado 38,16 (VI,7,16) — Em que sentido o inteligível é uma imagem do Bem?
- MacKenna: Tratado 38,17 (VI,7,17) — O Intelecto e as formas provêm do Bem
- MacKenna: Tratado 38,18 (VI,7,18) — O Intelecto e as formas provêm do Bem
- MacKenna: Tratado 38,19 (VI,7,19) — Em qual sentido o Bem é um objeto de desejo para a alma?