6. ¿Pero vamos a admitir que en esa alma superior se dé la facultad de sentir? Eso afirmamos y, además, que tiene las sensaciones del mundo inteligible y tal como allí se ofrecen. Por ello, podemos damos cuenta de una armonía sensible; y ello hace también que al recibirla el hombre sensible por los sentidos la haga corresponder a la armonía de aquel mundo, de la misma manera que busca corresponder el fuego sensible a ese fuego inteligible, percibido por el alma superior a través de su relación natural con él. Si los cuerpos son realmente así en el mundo inteligible, para el alma serán objeto de sensación y de percepción. Y como el hombre, o el alma dispuesta en esa forma, es capaz de percibirlos, también los percibirá el hombre posterior, esto es su imagen, que contiene las razones de aquél en imagen.
El hombre que se da en la inteligencia es el hombre que precede a todos. Es él el hombre que ilumina a un segundo hombre; y este segundo hombre el que ilumina a un tercero. Pero este último hombre, a su vez, posee a todos los demás hombres, no porque proceda de ellos, sino por estar junto a ellos. Así, unas veces nuestros actos derivan del último de estos hombres, otras vienen del anterior, y otras aun se originan en el hombre primero de todos. Cada uno de nosotros será en cada caso uno de los tres hombres por el que actúa. Cada uno poseerá en cierto sentido a estos tres hombres, pero en otro sentido no los poseerá. Cuando la tercera vida o la vida del tercer hombre se separa del cuerpo, si es que la segunda vida la acompaña pero sin separarse por ello de los seres superiores, dícese que la una se encuentra donde se encuentra la otra. Pero, cuando toma un cuerpo de bestia, quedamos realmente admirados y nos preguntamos cómo es ello posible, siendo ella como es la razón de un hombre. No hay otra razón sino la de que ella lo es todo, bien que unas veces actúe de una manera y otras de otra. Y así, cuando es pura y todavía no ha conocido el mal, quiere ser hombre y lo es efectivamente. Esto es lo mejor para ella y ella hace entonces lo mejor. Pero he aquí que antes que al hombre forma unos genios semejantes al hombre; y por encima de éstos queda aún un hombre o genio superior1, o mejor todavía un dios. Este genio es como una imagen de Dios, referida a Dios lo mismo que un hombre del segundo rango se refiere al hombre superior. Dícese al hombre superior y no a Dios, porque se da aquí una diferencia que afecta a las almas, aun siendo del mismo rango. Conviene, pues, entender con el nombre de genio esa especie a la que Platón da esta denominación. Pero, cuando el alma que remontaba al mundo inteligible, por su condición de hombre, escoge la naturaleza de un cuerpo de bestia, según el dictado del alma inferior, da entonces la razón del animal. Posee, por tanto, esa razón, pero su acto es necesariamente peor.
La palabra usada por Plotino es daimon. Si esta palabra tiene para los cristianos un sentido peyorativo, no lo tenía así en cambio para los griegos. Primitivamente, el demonio, era un dios, una divinidad; luego se habló de oi daimones, como de las almas de los hombres de la Edad de oro, y, todavía posteriormente, del daimon o genio que personifica el destino del hombre. Resultó haber, pues, un llamado agathos daimon , genio bueno, y otro daimon kakos , genio malo. Nuestro demonio tendría que ser naturalmente el daimon kakos. ↩