Capítulo 9: Sequência da refutação do advir acidental do Bem
1-10: O princípio de todas as coisas não poderia advir por acaso sem ser uma realidade deficiente
10-17: O Bem é único; ele é superior à necessidade em sendo o que devia ser
17-23: Imagem da aparição do rei
23-35: Raciocínio a fortiori: o advento acidental do ser inteligível é impossível; por conseguinte o Bem, princípio do ser, pode ainda menos advir acidentalmente
36-49: Dizer do Bem que ele é “assim” implica a determiná-lo.
9. Si se dijese que es El mismo su propio accidente, no convendría entonces atenerse a la palabra misma, sino desentrañar lo que se quiere decir. Porque, ¿qué es lo que se piensa al afirmar eso? Ciertamente, que es un principio por disponer de su naturaleza y de su potencia, y que si tuviese otra naturaleza distinta de la que tiene sería, con todo, lo que es, lo mismo que si ocupase un rango inferior actuaría también según su propio ser. A esto deberíamos responder que no es posible que una cosa que surge por azar sea principio de todas las cosas, y no desde luego porque sea inferior, sino porque en ese caso aparece como buena en otro sentido y no en sí, cual ocurriría con una cosa notoriamente deficiente. Conviene ciertamente que el principio de todas las cosas supere en efecto a todo lo que viene después que él; de modo que, como es lógico, será algo definido. Esta delimitación la explico por su soledad y la carencia de necesidad; porque indudablemente la necesidad se da tan sólo en los seres que siguen al principio, sin que esto suponga violencia de éste hacia aquéllos. El ser solitario saca todo de sí mismo; no podrá ser, pues, otra cosa, sino lo que ya es. Pero lo que es, no lo será por accidente, sino porque así debe serlo. Con este es preciso tenemos el principio de todos los demás. No pensemos, por tanto, que este ser será así como por accidente, sino precisamente porque así debe serlo, sin que entre aquí para nada el azar. Es de este modo lo que realmente tenía que ser.
Y aún no estará bien decir “lo que tenía que ser”; porque conviene que los demás seres esperen a conocer cómo se les aparecerá su rey. Es él quien determina lo que es, al manifestarse, no como un rey que aparece al azar, sino como un verdadero rey, como un verdadero principio y como el verdadero Bien. He aquí lo que es, y no un ser que actúa según el Bien, pues en este caso parecería depender de otro ser. Es, por tanto, un ser uno, no conforme al Bien, sino el Bien mismo.
No deberá decirse del ser inteligible que llegó por accidente al ser. Porque es claro que se llega al ser, pero ello no quiere decir que el ser mismo sea un accidente. El ser que es lo que es no debe su ser al encuentro con alguna otra cosa, ya que lo que es no viene a él de otro ser, sino que está implícito en su misma naturaleza. ¿Cómo podríamos entonces imaginar que quien está más allá del ser haya llegado al ser por accidente? ¡Si es a él a quien corresponde engendrar el ser! Es claro que esto no aconteció así y que el ser es por esencia lo que es y, además, una inteligencia. Porque en otro caso también podría decirse que la inteligencia es inteligencia por accidente, cual si lo que debe ser en un futuro la inteligencia no sea ya de antemano la naturaleza misma de la inteligencia.
Lo que no se adelanta a sí mismo y, justamente, no se inclina fuera de sí, es de hecho lo que es en el verdadero sentido de la palabra. ¿Qué es si no lo que podríamos decir al elevarnos hasta este ser y contemplarle con el respeto debido? ¿Diremos acaso, al verle que es de manera determinada, que .es precisamente lo que es por alguna suerte de accidente? Es claro que ni ésta ni ninguna otra manera de ser le han acontecido por accidente. Es así, cabe decir de él, así, desde luego, y de ninguna otra manera.
Y no digamos siquiera que es así, porque esto equivaldría a delimitarle y precisarle. Para aquél que le ve no hay posibilidad de decir que sea o no sea así; pues con ello afirmaría que es uno de los seres a los que se aplica el término así. Lo que ocurre realmente es que se trata de algo diferente a todos esos seres así calificados. De ahí que, una vez contemplada su indeterminación, pueda hablarse ya de todos los seres que le siguen, pero advirtiendo que aquél no es ninguno de estos seres. Es algo, pues, verdaderamente omnipotente y señor de sí mismo; es lo que quiere ser, o mejor todavía, relega la voluntad al campo de los demás seres, haciéndose de este modo mayor aún que la voluntad, a la que coloca sencillamente después que él. No le atribuyamos, por tanto, que ha querido ser como es, como si ésa fuese su intención; tampoco digamos que algún ser le ha hecho así, tal como es.