A essência da amizade

En este momento dirigí una mirada a Hipotales, y poco faltó para darle cara, porque vino a mi mente la idea de decirle: he aquí, Hipotales, cómo conviene hablar a la persona que se ama; he aquí cómo es bueno enseñarle modestia y humildad, en vez de corromperle, como tú haces con tus adulaciones. Pero viéndole muy inquieto y muy turbado por nuestra conversación, recordé que se había puesto detrás de los demás para ocultarse de Lisis. Contuve, pues, mi lengua, y guardé mis reflexiones. Menexenes volvió y tomó asiento junto a Lisis. entonces éste, con su gracia infantil, y sin dar cuenta Menexenes, me dijo por lo bajo: Sócrates, repite ahora delante de Menexenes todo lo que acabas de decirme.

—Tú mismo se lo dirás, Lisis, porque me has prestado mucha atención.

—Mucha, en efecto.

—Trata de recordar nuestra conversación para repetírsela, y si se te ha olvidado algo, me lo preguntas la primera vez que nos veamos.

—No dejaré de hacerlo, Sócrates, y vive persuadido [233] de ello. Pero pregunta por lo menos a Menexenes, sobre cualquier otro objeto, porque querría no dejar de escucharte hasta la hora de volver a casa.

—Corriente, puesto que lo exiges; pero es preciso que estés dispuesto a venir en mi auxilio, si Menexenes me hace objeciones, porque ya sabes que es un gran disputador.

—Sí, ¡por Júpiter!, es muy disputador, y por eso mismo deseo que hables con él.

—Para que sea yo materia de risa; ¿no es así?

—No ¡por Júpiter!, sino para que le escarmientes.

—La cosa no es tan fácil, porque Menexenes es un hombre terrible, es un verdadero discípulo de Ctesipo. Y el mismo Ctesipo, ¿no ves que está cerca de ti?

—No hagas caso de nada, y razona con Menexenes; yo te lo suplico.

—Razonemos; también yo lo quiero.