Igal: Ammonio Sakkas e Plotino

Por una rara confidencia a su futuro biógrafo, sabemos que Plotino, cumplidos ya los veintisiete años, se sintió impulsado, sin que sepamos cómo ni por qué, hacia la filosofía. Posiblemente este impulso debe de ser interpretado como una especie de vocación o llamada interior seguida de una conversión, por motivos de transfondo religioso y moral, a la vida filosófica, que debía comenzar naturalmente con un estudio serio de la filosofía. El hecho es que llevado de aquel impulso se puso a estudiar con los maestros más prestigiosos de Alejandría. Pero ninguno le satisfacía; salía de clase cabizbajo y apesadumbrado; hasta que un amigo suyo lo llevó a la clase del platónico Amonio, con quien no había probado todavía; Plotino entró, oyó y dijo a su amigo: «¡Éste es el que yo buscaba!» Y se quedó con él once años completos. Pero ¿quién era este Amonio, apodado «Sakkas» según fuentes muy posteriores?. He aquí uno de los enigmas más indescifrables de la historia de la filosofía griega y objeto de inacabables debates: el de la identidad, personalidad e ideario filosófico del maestro de Plotino. En esta introducción general no es mi propósito terciar en este debate; me limitaré, pues, a enumerar sumariamente aquellos puntos que, a mi juicio, es posible fijar con certeza o, al menos, con un alto grado de probabilidad. Longino, que fue discípulo de Amonio, lo cataloga en el subgrupo de platónicos que no escribieron nada. Otro de sus discípulos, Orígenes el cristiano, alude a él como «el maestro de las enseñanzas filosóficas», es decir, el maestro por antonomasia. Y Porfirio comenta: «es el que más progresos ha hecho en filosofía entre nuestros contemporáneos»u. La profunda formación filosófica recibida por Plotino en la escuela de Amonio culminó en un deseo afanoso de conocer experimentalmente las prácticas ascéticas de las filosofías persa e india. En los primeros años de su docencia en Roma seguía los cursos dictados por Amonio; y más tarde, cuando ya en plena madurez exponía su propia filosofía, seguía fiel a la mente o espíritu de Amonio por su originalidad e independencia de juicio en la exégesis de los textos, en la discusión de los problemas y en la rapidez y profundidad de sus soluciones. Todo esto puede damos una idea del porqué de la rápida y duradera sintonización de Plotino con su maestro, pero no nos dice nada del contenido doctrinal de su filosofía. Nemesio de Emesa le atribuye una teoría especial acerca de la unión del alma con el cuerpo: la teoría de la unión inconfusa, ilustrada por la analogía de la unión de la luz con el aire; según esta teoría, el alma es una entidad transcendente que se compenetra con el cuerpo tan íntimamente como si estuviera fusionada con él, pero salvando a un tiempo la integridad de su naturaleza como si estuviera meramente yuxtapuesta. Más interesante, aunque más indirecto y general, es el testimonio de un contemporáneo como Longino, crítico sagaz y buen conocedor de ambas filosofías, la de Amonio y la de Plotino. Pues bien, aunque nunca las compara explícitamente, es significativo que un tradicionalista como él, que declara con secreto orgullo haber asistido a menudo a las clases de Amonio, exprese su gran admiración por la originalidad del pensamiento de Plotino al mismo tiempo que su falta de simpatía por la mayoría de sus tesis. Esto parece un indicio claro de que, para Longino, el platónico ortodoxo era Amonio, mientras que el heterodoxo, el innovador -el «neoplatónico», diríamos nosotros- era Plotino. A la luz de este testimonio, que a mi juicio no ha sido valorado suficientemente, podemos concluir que, si bien hay que rendir homenaje a la gran personalidad de Amonio, sería un error tratar de ver en él al verdadero fundador del neoplatonismo y, en Plotino, un mero repetidor de las doctrinas de su maestro.