Martínez Hernández
»Entonces, Erixímaco dijo:
—Bien, me parece que es necesario, ya que Pausanias no concluyó adecuadamente la argumentación que había iniciado tan bien, que yo deba intentar llevarla a término. Que Eros es doble, me parece, en 186aefecto, que lo ha distinguido muy bien. Pero que no sólo existe en las almas de los hombres como impulso hacia los bellos, sino también en los demás objetos como inclinación hacia otras muchas cosas, tanto en los cuerpos de todos los seres vivos como en lo que nace sobre la tierra, y, por decirlo así, en todo lo que tiene existencia, me parece que lo tengo bien visto por la medicina, nuestro arte, en el sentido de que bes un dios grande y admirable y a todo extiende su influencia, tanto en las cosas humanas como en las divinas. Y comenzaré a hablar partiendo de la medicina, para honrar así a mi arte. La naturaleza de los cuerpos posee, en efecto, este doble Eros. Pues el estado sano del cuerpo y el estado enfermo son cada uno, según opinión unánime, diferente y desigual, y lo que es desigual desea y ama cosas desiguales. En consecuencia, uno es el amor que reside en lo que está sano y otro el que reside en lo que está enfermo. Ahora bien, al igual que hace poco decía Pausanias que era hermoso complacer a los hombres buenos, cy vergonzoso a los inmorales, así también es hermoso y necesario favorecer en los cuerpos mismos a los elementos buenos y sanos de cada cuerpo, y éste es el objeto de lo que llamamos medicina, mientras que, por el contrario, es vergonzoso secundar los elementos malos y enfermos, y no hay que ser indulgente en esto, si se pretende ser un verdadero profesional. Pues la medicina es, para decirlo en una palabra, el conocimiento de las operaciones amorosas que hay en el cuerpo en cuanto a repleción y vacuidad y el que distinga en ellas el amor dbello y el vergonzoso será el médico más experto. Y el que logre que se opere un cambio, de suerte que el paciente adquiera en lugar de un amor el otro y, en aquellos en los que no hay amor, pero es preciso que lo haya, sepa infundirlo y eliminar el otro cuando está dentro, será también un buen profesional. Debe, pues, ser capaz de hacer amigos entre sí a los elementos más enemigos existentes en el cuerpo y de que se amen unos a otros. Y son los elementos más enemigos los más contrarios: lo frío de lo caliente, lo amargo de lo dulce, lo seco de lo húmedo y todas las cosas análogas. Sabiendo infundir amor y concordia een ellas, nuestro antepasado Asclepio, como dicen los poetas, aquí presentes, y yo lo creo, fundó nuestro arte. La medicina, pues, como digo, está gobernada toda ella por este dios y, asimismo, también la gimnástica y la agricultura. Y que la música se encuentra en la misma situación que éstas, resulta evidente para todo el que ponga sólo un 187apoco de atención, como posiblemente también quiere decir Heráclito, pues en sus palabras, al menos, no lo expresa bien. Dice, en efecto, que lo uno «siendo discordante en sí concuerda consigo mismo», «como la armonía del arco y de la lira». Mas es un gran absurdo decir que la armonía es discordante o que resulta de lo que todavía es discordante. Pero, quizá, lo que quería decir era que resulta de lo que anteriormente ha sido discordante, de lo agudo y de lo grave, que luego han concordado gracias al arte musical, puesto que, naturalmente, no podría bhaber armonía de lo agudo y de lo grave cuando todavía son discordantes. La armonía, ciertamente, es una consonancia, y la consonancia es un acuerdo; pero un acuerdo a partir de cosas discordantes es imposible que exista mientras sean discordantes y, a su vez, lo que es discordante y no concuerda es imposible que armonice. Justamente como resulta también el ritmo de lo rápido y de lo lento, de cosas que en un principio han sido discordantes y después han concordado. Y el acuerdo en todos estos elementos lo pone aquí la música, de la misma cmanera que antes lo ponía la medicina. Y la música es, a su vez, un conocimiento de las operaciones amorosas en relación con la armonía y el ritmo. Y si bien es cierto que en la constitución misma de la armonía y el ritmo no es nada difícil distinguir estas operaciones amorosas, ni el doble amor existe aquí por ninguna parte, sin embargo, cuando sea preciso, en relación con los hombres, usar el ritmo y la armonía, ya sea componiéndolos, lo que llaman precisamente composición melódica dya sea utilizando correctamente melodías y metros ya compuestos, lo que se llama justamente educación, entonces sí que es difícil y se precisa de un buen profesional. Una vez más, aparece, pues, la misma argumentación: que a los hombres ordenados y a los que aún no lo son, para que lleguen a serlo, hay que complacerles y preservar su amor. Y éste es el Eros hermoso, el celeste, el de la Musa Urania. En ecambio, el de Polimnia es el vulgar, que debe aplicarse cautelosamente a quienes uno lo aplique, para cosechar el placer que tiene y no provoque ningún exceso, de la misma manera que en nuestra profesión es de mucha importancia hacer buen empleo de los apetitos relativos al arte culinario, de suerte que se disfrute del placer sin enfermedad. Así, pues, no sólo en la música, sino también en la medicina y en todas las demás materias, tanto humanas como divinas, hay que vigilar, en la medida en que sea factible, a uno y otro Eros, ya que los dos 188ase encuentran en ellas. Pues hasta la composición de las estaciones del año está llena de estos dos, y cada vez que en sus relaciones mutuas los elementos que yo mencionaba hace un instante, a saber, lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo, obtengan en suerte el Eros ordenado y reciban armonía y razonable mezcla, llegan cargados de prosperidad y salud para los hombres y demás animales y plantas, y no hacen ningún daño. Pero cuando en las estaciones del año prevalece el Eros desmesurado, destruye muchas cosas y causa un gran daño. Las plagas, ben efecto, suelen originarse de tales situaciones y, asimismo, otras muchas y variadas enfermedades entre los animales y las plantas. Pues las escarchas, los granizos y el tizón resultan de la mutua preponderancia y desorden de tales operaciones amorosas, cuyo conocimiento en relación con el movimiento de los astros y el cambio de las estaciones del año se llama astronomía. Más aún: también todos los sacrificios y actos que regula la adivinación, esto es, la comunicación entre sí de los dioses y los hombres, no tienen ninguna otra finalidad que la cvigilancia y curación de Eros. Toda impiedad, efectivamente, suele originarse cuando alguien no complace al Eros ordenado y no le honra ni le venera en toda acción, sino al otro, tanto en relación con los padres, vivos o muertos, como en relación con los dioses. Está encomendado, precisamente, a la adivinación vigilar y sanar a los que tienen estos deseos, con lo que la adivinación es, a su vez, un artífice de la amistad entre los dioses y los hombres gracias a su conocimiento de dlas operaciones amorosas entre los hombres que conciernen a la ley divina y a la piedad.
»¡Tan múltiple y grande es la fuerza, o mejor dicho, la omnipotencia que tiene todo Eros en general! Mas aquel que se realiza en el bien con moderación y justicia, tanto en nosotros como en los dioses, ése es el que posee el mayor poder y el que nos proporciona toda felicidad, de modo que podamos estar en contacto y ser amigos tanto unos con otros como con los dioses, que son superiores a nosotros. Quizás también yo haya pasado por alto muchas cosas en mi elogio de Eros, mas no voluntariamente, por cierto. Pero, si he omitido algo, es elabor tuya, Aristófanes, completarlo, o si tienes la intención de encomiar al dios de otra manera, hazlo, pues el hipo ya se te ha pasado.
Cousin
— Je vais le faire, dit Éryximaque, et il s’exprima ainsi :
« Pausanias a dit de très-belles choses ; mais, comme il me semble qu’il ne les a que commencées et qu’il ne les a pas [186a] assez approfondies vers la fin, je crois devoir les achever. J’approuve fort la distinction qu’il a faite des deux amours ; mais je crois avoir découvert par mon art, la médecine, que l’amour ne réside pas seulement dans l’âme des hommes, où il a pour objet la beauté, mais qu’il a bien d’autres objets encore, et qu’il se rencontre aussi dans la nature corporelle, dans tous les animaux, dans les productions de la terre, en un mot dans tous les êtres, [186b] et que ce dieu se montre grand et admirable en toutes choses, soit divines, soit humaines. Je commencerai par la médecine, afin d’honorer mon art.
« La nature corporelle contient les deux amours ; car les parties du corps qui sont saines, et celles qui sont malades, constituent des choses dissemblables, lesquelles ont des inclinations dissemblables. L’amour qui réside dans un corps sain est autre que celui qui réside dans un corps malade, et la maxime que Pausanias vient d’établir, qu’il faut complaire à un ami vertueux [186c] et résister à celui qui est animé d’une passion déréglée, cette maxime s’applique au corps : un habile médecin doit la pratiquer, céder aux bons tempéraments et combattre ceux qui sont dépravés. C’est en cela que consiste la médecine ; car, pour le dire en peu de mots, la médecine est la science de l’amour dans les corps relativement à la réplétion et à l’évacuation ; et le médecin qui sait le mieux discerner en cela [186d] l’amour bien réglé d’avec le vicieux, doit être estimé le plus habile. Un bon médecin sera celui qui dispose tellement des inclinations du corps, qu’il peut les changer selon le besoin, ôter ce que nous avons appelé l’amour vicieux, introduire l’amour bien réglé où il est nécessaire, établir la concorde entre les éléments les plus ennemis et leur inspirer un amour mutuel. Or, les éléments ennemis sont ceux qui sont contraires les uns aux autres, comme le froid et le chaud, le sec et l’humide, l’amer et le doux, [186e] et les autres de la même espèce. C’est en mettant l’union et l’amour entre ces contraires qu’Esculape, le chef de notre famille, a, comme le disent les poètes et comme je le crois, inventé la médecine.
J’ose donc assurer que l’amour [187a] préside à la médecine, ainsi qu’à la gymnastique et à l’agriculture. Quant à la musique, il ne faut pas grande attention pour l’y reconnaître aussi ; et c’est ce qu’Héraclite a peut-être senti, quoiqu’il ne se soit pas très-bien expliqué. L’unité, dit-il, en supposant à elle-même, produit l’accord, par exemple l’harmonie d’un arc ou d’une lyre. Il est absurde que l’harmonie soit une opposition, ou qu’elle résulte de choses opposées ; mais apparemment Héraclite entendait que c’est de choses d’abord opposées, [187b] comme le grave et l’aigu, et ensuite mises d’accord, que la musique tire l’harmonie.
En effet, tant que le grave et l’aigu restent opposés, il ne peut y avoir d’harmonie ; car l’harmonie est une consonance, la consonance un accord, et l’accord ne peut pas se former de choses opposées, tant qu’elles demeurent opposées ; l’opposition, tant qu’elle ne s’est pas résolue en accord, ne peut donc produire l’harmonie. C’est encore de cette manière que les longues [187c] et les brèves, qui sont opposées entre elles, lorsqu’elles sont accordées, composent le rythme ; et cet accord dans tout cela c’est la musique, comme plus haut la médecine, qui l’établit, en unissant les opposés des liens de la sympathie et de l’amour. La musique est donc la science de l’amour en fait [187d] de rythme et d’harmonie. Et il n’est pas difficile de reconnaître l’amour dans la constitution même du rythme et de l’harmonie ; là, il n’y a point deux amours ; mais lorsque la musique entre en rapport avec les hommes, ou quand on invente, ce qui s’appelle composition, ou quand on se sert à propos des airs et des mesures déjà inventées, ce qui s’appelle éducation, alors il est besoin d’une grande attention et d’un artiste habile.
C’est ici qu’il faut appliquer la maxime qui a déjà été établie, qui est de complaire aux hommes sages et à ceux qui doivent le devenir, et d’encourager leur amour, l’amour légitime et céleste, celui de la [187e] muse Uranie ; mais pour celui de Polymnie qui est l’amour vulgaire, on ne doit le favoriser qu’avec une extrême réserve, en sorte que l’agrément qu’il cause ne puisse jamais porter au dérèglement, comme dans notre art la plus grande circonspection est nécessaire pour régler les plaisirs de la table dans une si juste mesure, qu’on puisse en jouir sans nuire à la santé.
Nous devons donc distinguer soigneusement ces deux amours dans la musique, dans la médecine, et dans toutes les choses humaines et divines, puisqu’il n’y en a aucune où ils ne se rencontrent. [188a] Vous les trouverez aussi dans la constitution des saisons de l’année ; car toutes les fois que les éléments dont je parlais tout à l’heure, le froid, le chaud, l’humide et le sec, contractent les uns pour les autres un amour réglé et composent une harmonie sage et bien tempérée, l’année devient fertile et salutaire aux hommes, aux plantes et à tous les animaux, sans nuire à quoi que ce soit ; mais lorsque l’amour intempérant domine dans la constitution des saisons, mille ravages marchent à leur suite ; [188b] c’est alors qu’on voit arriver la peste et une foule de maladies pour les animaux et les plantes ; les gelées, la grêle, les nielles, sont les tristes fruits des amours désordonnés des éléments et du défaut de proportion dans leur union : la connaissance de ces choses, dans les mouvements des cieux et les révolutions de l’année, s’appelle astronomie. De plus, les sacrifices, l’emploi de la divination, c’est-à-dire toutes les communications des hommes [188c] avec les dieux, se rapportent à l’amour et n’ont pour but que d’entretenir le bon et de guérir le mauvais : car toutes les actions impies viennent de négliger l’un et de suivre l’autre dans nos actions soit envers nos parents vivants et morts, soit envers les dieux : l’emploi de la divination est de surveiller et de soigner ces deux amours. [188d]
La divination est donc l’ouvrière de l’amitié qui est entre les dieux et les hommes, par la science qu’elle a de ce qu’il y a de juste et d’impie dans les inclinations humaines. Ainsi il est vrai de dire en général que l’amour est puissant, et même que sa puissance est universelle. Mais c’est quand il s’applique au bien, et qu’il est réglé par la justice et la tempérance, tant à notre égard qu’à l’égard des dieux, qu’il montre toute sa puissance et nous procure une félicité parfaite, nous faisant vivre en paix les uns avec les autres, et nous conciliant la bienveillance des dieux, dont la nature est si relevée au-dessus de la nôtre.
« J’omets peut-être [188e] beaucoup de choses dans cet éloge de l’amour, mais ce n’est pas volontairement. C’est à toi, Aristophane, à suppléer ce qui m’a échappé. Si pourtant tu veux honorer le dieu autrement, tu es libre de le faire. Commence donc, puisque ton hoquet est cessé. »
Eryximachus spoke as follows: Seeing that Pausanias made a fair beginning, and but a lame ending, I must endeavour Jowett1892: 186to supply his deficiency. I think that he has rightly distinguished two kinds of love. But my art further informs me that the double love is not merely an affection of the soul of man towards the fair, or towards anything, but is to be found in the bodies of all animals and in productions of the earth, and I may say in all that is; such is the conclusion which I seem to have gathered from my own art of medicine, whence I learn how great and wonderful and universal is the deity of love, whose empire extends over all things, divine as well as human. And from medicine I will begin that I may do honour to my art. There are in the human body these two kinds of love, which are confessedly different and unlike, and being unlike, they have loves and desires which are unlike; and the desire of the healthy is one, and the desire of the diseased is another; and as Pausanias was just now saying that to indulge good men is honourable, and bad men dishonourable:—so too in the body the good and healthy elements are to be indulged, and the bad elements and the elements of disease are not to be indulged, but discouraged. And this is what the physician has to do, and in this the art of medicine consists: for medicine may be regarded generally as the knowledge of the loves and desires of the body, and how to satisfy them or not; and the best physician is he who is able to separate fair love from foul, or to convert one into the other; and he who knows how to eradicate and how to implant love, whichever is required, and can reconcile the most hostile elements in the constitution and make them loving friends, is a skilful practitioner. Now the most hostile are the most opposite, such as hot and cold, bitter and sweet, moist and dry, and the like. And my ancestor, Asclepius, knowing how to implant friendship and accord in these elements, was the creator of our art, as our friends the poets here tell us, and I believe them; and not only medicine in every branch, but the arts of gymnastic and husbandry are under his dominion. Any one who pays the least attention to Jowett1892: 187the subject will also perceive that in music there is the same reconciliation of opposites; and I suppose that this must have been the meaning of Heracleitus, although his words are not accurate; for he says that The One is united by disunion, like the harmony of the bow and the lyre. Now there is an absurdity in saying that harmony is discord or is composed of elements which are still in a state of discord. But what he probably meant was, that harmony is composed of differing notes of higher or lower pitch which disagreed once, but are now reconciled by the art of music; for if the higher and lower notes still disagreed, there could be no harmony,—clearly not. For harmony is a symphony, and symphony is an agreement; but an agreement of disagreements while they disagree there cannot be; you cannot harmonize that which disagrees. In like manner rhythm is compounded of elements short and long, once differing and now in accord; which accordance, as in the former instance, medicine, so in all these other cases, music implants, making love and unison to grow up among them; and thus music, too, is concerned with the principles of love in their application to harmony and rhythm. Again, in the essential nature of harmony and rhythm there is no difficulty in discerning love which has not yet become double. But when you want to use them in actual life, either in the composition of songs or in the correct performance of airs or metres composed already, which latter is called education, then the difficulty begins, and the good artist is needed. Then the old tale has to be repeated of fair and heavenly love—the love of Urania the fair and heavenly muse, and of the duty of accepting the temperate, and those who are as yet intemperate only that they may become temperate, and of preserving their love; and again, of the vulgar Polyhymnia, who must be used with circumspection that the pleasure be enjoyed, but may not generate licentiousness; just as in my own art it is a great matter so to regulate the desires of the epicure that he may gratify his tastes without the attendant evil of disease. Whence I infer that in music, in medicine, in all other things human as well as divine, both loves ought to be noted as far as may be, for they are both present.Jowett1892: 188
The course of the seasons is also full of both these principles; and when, as I was saying, the elements of hot and cold, moist and dry, attain the harmonious love of one another and blend in temperance and harmony, they bring to men, animals, and plants health and plenty, and do them no harm; whereas the wanton love, getting the upper hand and affecting the seasons of the year, is very destructive and injurious, being the source of pestilence, and bringing many other kinds of diseases on animals and plants; for hoar–frost and hail and blight spring from the excesses and disorders of these elements of love, which to know in relation to the revolutions of the heavenly bodies and the seasons of the year is termed astronomy. Furthermore all sacrifices and the whole province of divination, which is the art of communion between gods and men—these, I say, are concerned only with the preservation of the good and the cure of the evil love. For all manner of impiety is likely to ensue if, instead of accepting and honouring and reverencing the harmonious love in all his actions, a man honours the other love, whether in his feelings towards gods or parents, towards the living or the dead. Wherefore the business of divination is to see to these loves and to heal them, and divination is the peacemaker of gods and men, working by a knowledge of the religious or irreligious tendencies which exist in human loves. Such is the great and mighty, or rather omnipotent force of love in general. And the love, more especially, which is concerned with the good, and which is perfected in company with temperance and justice, whether among gods or men, has the greatest power, and is the source of all our happiness and harmony, and makes us friends with the gods who are above us, and with one another. I dare say that I too have omitted several things which might be said in praise of Love, but this was not intentional, and you, Aristophanes, may now supply the omission or take some other line of commendation; for I perceive that you are rid of the hiccough.