-Pero, otra vez, por cierto, Cármides, dije yo, fijándote mejor todavía, mirándote a ti mismo y dándote cuenta de qué cualidades te hace poseer la sensatez cuando está en ti y qué es lo que de ella las provoca, y concretando todo esto, dime, llana y decididamente, qué es lo que te parece que es.
-Y él, concentrándose y reflexionando muy intensamente:
-Me parece, en verdad, dijo, que la sensatez hace tímido y pudoroso al hombre, de modo que es algo así como el pudor, la sensatez.
-¡Y bien!, dije yo, ¿no estabas afirmando, hace un momento, que la sensatez era excelente?
-Sí que lo afirmaba.
-Por consiguiente, los hombres sensatos son también buenos.
-Sí.
-Así pues, ¿sería bueno aquello que no hace buenos hombres?
-Seguro que no.
-Luego no es sólo excelente la sensatez, sino que, además, es buena.
-A mí al menos me lo parece.
-Entonces, ¿qué pasa?, dije yo, ¿es que no crees que Homero está en lo cierto cuando dice: «No es buena la compañía del pudor para el hombre indigente».
-Sí que lo creo.
-Luego, al parecer, es el pudor algo bueno y no bueno.
-Parece que sí.
-La sensatez, sin embargo, es algo bueno, si es que hace buenos a aquellos en los que está, y no los malea. A mí me parece que es así, tal como tú lo expresas.
-Entonces la sensatez no será pudor, si realmente es algo bueno, y el pudor, por el contrario, es tan bueno como malo,