-¿Qué es lo quesería, pues, eso de «ocuparse de lo suyo»? ¿Tienes algo que decir?
-Por los dioses, que no lo sé, dijo. Pero igual pasa que el que lo dijo no sabía tampoco lo que tenía en la cabeza.
Y, al tiempo que decía esto, se sonreía y miraba para Critias.
Se veía que Critias, que, desde hacía rato, se sentía atacado y con ganas de hacer méritos ante Cármides y los presentes, no fue capaz de contenerse ya más tiempo. Tanto más, que me pareció que era verdad lo que había supuesto, o sea: que Cármides había escuchado de Critias aquella definición de sensatez. Así pues, queriendo Cármides no ser él, sino Critias, quien tuviera que dar cuenta de la definición, le animaba haciéndole ver como que hubiera sido refutado. Critias apenas si podía ya contenerse y me parecía que estaba empezando a enfadarse con Cármides, como un autor con el artista que representa mal sus obras. De modo que mirándole fijamente le dijo:
-¿Quieres decir, Cármides, que si tú mismo no sabes qué tenía en la cabeza quien definió la sensatez como «ocuparse de lo suyo», el que tal definió tampoco lo sabía?
-Pero, mi buen Critias, tercié yo, que no lo sepa Cármides a sus años no es raro. Tú, por el contrario, bien que lo sabrás, por tu edad y tu cultura. Si, pues, estás de acuerdo en que la sensatez sea lo que éste dice y aceptas su discurso, con mucho mayor placer examinaré yo mismo contigo si es, o no, verdad lo que se ha dicho.
-Claro que estoy muy de acuerdo, dijo, y acepto la discusión.