Y Critias, oyendo estas cosas y viendo que yo andaba perplejo -como a aquellos que, viendo bostezar a los que tienen enfrente, les entran ganas de hacer lo mismo-, me pareció que estaba contagiado por mi incertidumbre y vencido por la aporía. Y como también estaba siempre muy pendiente de su reputación, se avergonzaba ante los que allí se encontraban, y por un lado no quería concederme que era imposible dar cuenta de las cuestiones propuestas, y por otro no decía nada claramente, intentando ocultar la aporía. Y yo, para que el discurso fuese adelante, dije:
-Entonces, si te parece Critias, vamos a dar ahora por sentado que es posible que se dé un saber del saber. Examinaremos de nuevo si esto es así, o no. Pero dime, en el caso de que esto fuera plenamente posible, ¿cómo podrían saberse más y mejor las que uno sabe y las que no? Porque decíamos que esto era el conocerse a sí mismo y. el ser sensato. ¿O no es así?
-Y mucho que lo es, dijo, y concuerda de alguna manera, oh Sócrates. Porque si alguno tiene un saber que se conoce a sí mismo, ése sería tal como es lo que tiene. Como cuando alguno tenga velocidad, será veloz, y cuando belleza, bello, y cuando conocimiento, conocedor, y cuando, en verdad, tenga un conocimiento que lo es de sí mismo, ese tal será entonces un conocedor que se conoce a sí mismo.
-No es esto lo que te discuto, dije yo, o sea que, cuando alguno esté en posesión de «lo que se conoce a sí mismo», se conozca efectivamente a sí mismo, sino que, al que tiene esto, le venga también por necesidad el discernir las que sabe y las que no.
-Porque ambas cosas, Sócrates, son uno y lo mismo.
-Tal vez, dije. Pero soy yo sobre todo el que sigo siendo el mismo. Porque de nuevo estoy sin aprender cómo es que es igual el saber las cosas que uno sabe y el saber las que no sabe.
-¿Cómo dices?, dijo.
-Así, dije yo; habiendo como debe haber un saber del saber, ¿será capaz de distinguir más allá de que, en un caso, haya saber y, en otro, no?
-No, sino sólo en este caso.
-¿Son, pues, lo mismo el saber y la ignorancia de lo sano, el saber y la ignorancia de lo justo?
-De ninguna manera.
-Pero pienso, a mi vez, que la medicina y la política, no son otra cosa que saber.
-¿Cómo no?
-Así pues, si alguno no supiera, por añadidura, nada de la salud y de la justicia, sino que sólo conociera el saber, y de esto fuera sólo de lo que supiera, en ese caso llegará probablemente a saber, en él mismo y en los otros, que sabe algo y que tiene algo así como un saber. ¿No es así?
-Sí.
-Pero con un saber semejante, ¿cómo sabrá que conoce? Porque a fin de cuentas, si conoce qué es la salud, es por la medicina, pero no por la sensatez, y lo armónico por la música, pero no por la sensatez, y la edificación por la arquitectura, pero no por la sensatez, y así sucesivamente. ¿O no?
-Parece que sí.
-Pero con la sensatez, si es sólo un saber del saber, ¿cómo sabrá que conoce la salud o que conoce la arquitectura?
-De ninguna manera.
Así pues, el que ignore esto no sabrá qué es lo que sabe, sino sólo que sabe.
Así parece.
-En consecuencia, el ser sensato y la sensatez no d serían esto de saber las cosas que sabe y las que no sabe, sino, al parecer, que sabe y que no sabe.
-Va a ser así.
-Ni, pues, de otro, que dice que algo sabe, será este hombre capaz de indagar si sabe lo que dice saber o si no lo sabe, sino que tan sólo sabrá, ‘al parecer, que tiene un saber; pero la sensatez no le hará saber de qué cosa.
-No parece.
-En consecuencia, no será capaz de distinguir a aquel que pretende pasar por médico, de quien lo es realmente, ni a ningún otro que tiene conocimiento, de quien no lo tiene. Pero partamos de lo siguiente: si un hombre sensato o cualquier otro quiere distinguir al que es de verdad médico del que no lo es, ¿no es verdad que procederá así: sin duda que no hablará con él sobre medicina, pues según decimos el médico no entiende de otra cosa que de la salud y de la enfermedad? ¿No es así?
-Sí, así es.
-Sobre el saber no sabe nada, pues esto se lo hemos dejado sólo a la sensatez.
-Sí.
Y sobre la medicina tampoco sabe nada el médico, ya que la medicina resulta que es un saber.
-Es verdad.
-Que el médico posee algún saber lo conocerá el sensato, pero, obligado a intentar descubrir qué es, ¿no preguntará por sus contenidos? ¿O es que cada saber no está demarcado, no como simple saber, sino como tal saber, o sea por su relación con algo concreto?
-Sí que está demarcado.
-Y la medicina se demarca de otros saberes por ser un saber de la salud y de la enfermedad.
-Sí.
Así pues, el que quiera examinar la medicina es necesario que lo haga en esos dominios en los que ella se mueve, y no, por cierto, en los que caen fuera de ella y en los que no está.
-Claro que no.
-Es, pues, en los dominios de la salud y de la enfermedad en los que examinará al médico, en cuanto experto en medicina, el que quiera proceder correctamente.
-Así parece.
-Por tanto, en los dominios de los dichos y de los hechos, habrá que investigar si lo que se dice se dice con verdad, y si lo que se hace se hace rectamente.
-Necesariamente.
-¿Es que sin la medicina podría alguien hacerse cargo de alguno de estos asuntos?
-Sin duda que no.
-Ni ningún otro, excepto el médico, podría hacerlo. Ni siquiera el sensato. De lo contrario, estaría en posesión no sólo de la sensatez, sino, encima, de la medicina.
-Así es.
-Mucho más aún, si la sensatez es saber del saber y de la ignorancia, no será capaz de distinguir al médico, que entiende algo de su arte, del que no entiende, pero que se las da de que entiende o se lo cree, ni a ningún otro de los que son expertos en algo sea de lo que sea, excepto, claro está, a sus propios colegas en la materia, como pasa con los otros artesanos.
-Parece que sí, dijo.