Carta II

1. El tema de la carta es el siguiente: Algo ha turbado las buenas relaciones entre Dionisio y Platón. Dión y sus amigos se quejan del proceder del tirano para con ellos, y Dionisio parece culpar a Platón de ciertas críticas que este hubiera podido impedir. Platón se disculpa, exponiendo de manera muy libre y a veces también muy familiar su manera de comprender las relaciones entre el sabio y el jefe de Estado.

La carta tiene dos partes. La primera desarrolla la idea de «cómo conviene que nos portemos tú y yo en nuestras relaciones mutuas», idea central, que va precedida de una amplificación retórica sobre la natural afinidad entre sabiduría y poder. La segunda parte está casi exclusivamente dedicada a cuestiones científicas. Dionisio ha hecho preguntar a Platón algo sobre este conocimiento maravilloso que es la tortura de los espíritus que sienten la avidez de lo absoluto. Esta doctrina se refiere a la naturaleza del ser Primero y se ve resumida en una fórmula misteriosa (312 e). El alma humana quiere comprender estas realidades trascendentes; pero, aprisionada en lo sensible, solo entrevé lo absoluto a través de unas imperfecciones de que este está absolutamente puro. En esto radica su tormento y su angustia. Dionisio se imagina haber comprendido lo que nadie aún ha comprendido enteramente. Pero inmediatamente comienza a dudar: ha confundido las sombras con la realidad. Hay que trabajar siempre para liberarse de las soluciones engañosas. Esa angustia que él siente es el comienzo de la liberación. Platón le recomienda este estudio paciente y difícil. Y que evite la indiscreción y el escribir sus descubrimientos. Platón mismo no ha escrito nunca. Lo que corre por ahí como obra suya es de Sócrates en su juventud.

Acaba rogando a Dionisio que, una vez atentamente leída la carta, la queme, y le pide varios favores en una especie de posdata.

2. La misteriosa fórmula de 312 e, acerca de los tres principios, ha intrigado en todo, tiempo a los intérpretes de la carta. Unos han visto aquí un indicio evidente de la inautenticidad de la misma. Otros han buscado puntos d/, referencia en los Diálogos. Desde la época alejandrina se han ensayado múltiples exégesis .Los escritores cristianos creyeron ver en la carta un atisbo vago y vacilante de la Trinidad, Los modernos no se ponen de acuerdo en la identificación de cada *uno de los tres principios, Apelt identifica el primero con la divinidad el segundo con las Ideas y el tercero con Alma del mundo. Howald cree que estos principios o realidades son, respectivamente, las Ideas, lo sensible y la materia, y compara la fórmula de la carta con la de Timeo (52 a y ss.) Andre cree reconocer aquí los tres grados del conocimiento.

No obstante, si se trata de asignar un sentido a la fórmula enigmática, parece preferible atenernerse a la interpretación neoplatónica que se hecho tradicional. Plotino dice que el primero es el Bien-que está por encima de la Inteligencia y la esencia-; el segundo, la Inteligencia-la causa que tiene el papel de demiurgo-y el tercero es el alma formada por aquella, en el cráter del Timeo-. Platón da el nombre de padre al Bien absoluto. el principio superior, a la inteligencia y la esencia, y del Bien no la Inteligencia, y de esta, a su vez, el alma, Enéadas (V, l). Proclo precisa más aún: el primero, principio de todo, es también la fuente de toda divinidad, ya que es origen, causa y de toda existencia. A él tienden todos los seres. No podemos, pues, expresar su naturaleza. sino tan solo las relaciones de que él es término. Solamente a él le conviene con propiedad la forma de divinidad, forma que él comunica a los demás dioses; de la misma manera, la naturaleza propia y peculiar del espíritu procede de la primera inteligencia, y la vida procede del alma primera.

De hecho, es posible establecer una relación de dependencia o cercanía entre el primero de la carta y la Idea del Bien de los libros VI y VII de la República. En ambos escritos este principio tiene un dominio universal. Los otros dos términos, en cambio, quedan insuficientemente caracterizados; pero, según el autor de la carta, el alma está emparentada con ellos. Se podría, pues, pensar en la Inteligencia y el Alma del mundo, la Inteligencia demiúrgica del Timeo o la Inteligencia regia del Filebo (30 d), y el Alma universal, obra de la actividad organizadora de la Inteligencia, según el origen de las almas humanas que nos expone el Timeo.

Si .la interpretación neoplatónica es exacta, el pasaje denota ya una tentativa de sistematización de las doctrinas de Platón y habría aquí un antecedente de las famosas tríadas, ya en boga en la Academia en tiempos de Espeusippo y, sobre todo, de Jenócrates, y de las que tanto abusó más tarde la escuela alejandrina.

Sin embargo, también es posible que el autor no haya tenido una idea tan exacta al escribir la carta y que simplemente haya escondido, en fórmulas espigadas acá y allá en los Diálogos, un pensamiento poco definido, y en tal caso no habría que interpretar demasiado estrictamente dichas fórmulas. Esto nos lleva a discutir la autenticidad de la carta.

3. Por la actitud, confiada y simpática, y por la manera de enfocar las relaciones entre Dionisio y Platón, habría que fechar esta carta en el período anterior al tercer viaje a Sicilia. Este lenguaje sería absurdo e ininteligible luego de la ruptura definitiva. Hay, en cambio, otros indicios que harían pensar en una época mucho más tardía para su redacción. La alusión a la peregrinación a Olimpia (310 d) parece una réplica de la Carta VII (350 b), relatando un

suceso posterior a la ruptura; las relaciones amistosas entre Espeusippo y el tirano que supone el pasaje 314 e son difíciles de explicar si ambos personajes no se conocían personalmente; pues bien: Espeusippo,fue a Sicilia mucho más tarde, cuando Platón estaba ya allí por tercera vez. Esta. falta de armonía entre los datos históricos y la actitud psíquica que revela la carta suscita serias dudas sobre la autenticidad de la misma. Esta impresión se acentúa al comparar la Carta II con los pasajes paralelos de la VII. Salta a la vista la imitación, así como la manera en que se han falseado los datos originales. Por ejemplo, la conocida afirmación relativa al conocimiento supremo, que no se adquiere como las demás ciencias y que, por parte del filósofo, no puede ser objeto de un tratado sistemático (341 c), se convierte en la Carta II en la sorprendente declaración de que no hay ni habrá ningún escrito de Platón (341 c). –

Ritter, por otra parte, ha demostrado el parentesco lingüístico de las Cartas II y XIII. Todo ello, pues, aunque no nos permite concluir la identidad del verdadero autor, sí ciertamente parece llevarnos a la comprobación de que en estas cartas nos encontramos con un Platón distinto en todo al de los Diálogos y al de la Carta VII. Es sorprendente la coincidencia en ambas de un Platón pedante, lleno a veces de una ridícula suficiencia. Y en la lI, más aún que en la XIII, la doctrina, él método y el vocabulario parecen situarnos en un medio decididamente pitagórico: la fórmula de los tres principios, la insistencia en el secreto, la invitación a archivar en la memoria en lugar de escribir, procedimiento este muy estimado, al decir de Aristoxeno, de la escuela de Pitágoras.

Todas estas razones se oponen seriamente á la autenticidad. Parece proceder; pues, el escrito de un grupo platónico que se complace en subrayar el aspecto pitagórico de las enseñanzas platónicas, y donde se abre camino a las transformaciones que les impondrá la escuela alejandrina. Igual que la XIII, se debió de escribir en un momento en que el recuerdo de los sucesos de Sicilia comenzaba ya a difuminarse y las relaciones Platón-Dionisio se iban adentrando por lo legendario.