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Platón, recién vuelto a Atenas, luego de su fracaso definitivo en las actividades políticas de Sicilia, expresa, primeramente a sus adversarios, luego al mismo Dionisio-a quien textualmente se dirige la carta-, su indignación por la manera en que ha sido tratado. Se niega radicalmente a ensayar nunca más los caminos de la reconciliación con él. Incluso remite al tirano el dinero que-en cantidad insuficiente, dice la carta-le diera Dionisio para hacer frente a los gastos del viaje. Y acaba diciéndole que recuerde todo lo que dicen los poetas acerca del trágico fin que está reservado a los tiranos.
Esta brevísima carta parece, en realidad, más que otra cosa, un panfleto. Supone los sucesos narrados en la Carta III, pero es más apasionada y menos reflexiva que aquella.
No parece en manera alguna posible discutir la inautenticidad de la misma. Una simple lectura atenta basta para ver todo lo que en ella hay de ficción literaria. El tono declamatorio y enfático, las citas de los poetas, etc., son procedimientos un tanto artificiales para unos momentos que debieron de ser intensamente dramáticos en el alma del filósofo. Aparte de que algunos detalles no están de acuerdo con lo que otros documentos más fidedignos nos dicen sobre la estancia de Platón en Sicilia. No es verdad, como pretende la carta, que el filósofo haya sido colocado con frecuencia como vigilante o señor supremo de la ciudad o haya sido propuesto para ello. Tampoco se nos dice en ninguna parte que haya debido abandonar Siracusa expulsado por sus adversarios. La realidad fue muy otra: Platón tuvo que insistir repetidas veces para conseguir que Dionisio le dejara partir. En cuanto al detalle de que fuera escaso el dinero para el viaje, no concuerda ello con lo dicho en la Carta VII, que menciona el gesto del tirano sin dejar posibilidad alguna de sospechar esa mezquindad de que se habla aquí (véase 350 b). La Carta I se hace eco de una falsa leyenda que se iba formando poco a poco. La gravedad que los biógrafos señalaban en Platón la transformaron los satíricos en tristeza a melancolía, y más tarde incluso en misantropía; si recordamos los consejos que Sócrates da, en el Fedón, antes de morir (89 d/90 a), comprenderemos cuán absurdo era asignar a Platón esa actitud de misántropo.
La carta es, pues, un ejercicio de escuela retórica, sin duda muy cercana a la época de vida del filósofo