Cassirer: Cosmologia Medieval

Excertos de “Individuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento”

Ya el título de los libros del Areopagita llama la atención sobre su contenido y estructura; en él se indica ya el puesto que los tratados de Dionisio toman dentro de la concepción general que de Dios y del mundo tiene la Edad Media. Se trata del problema de la jerarquía, que se expone por primera vez allí en toda su agudeza y en toda la extensión de su alcance metafísico, en sus hipótesis y en sus diversas modificaciones. Aparte del tratado sobre los nombres de los dioses peri theion onomaton, los escritos que mayor influencia ejercieron en las generaciones posteriores fueron especialmente los tratados acerca de la jerarquía del cielo y de la tierra. La importancia histórica de estos tratados consiste en que en ellos, por vez primera, se dan unidos y se desarrollan conjuntamente los dos motivos y fuerzas capitales que constituyen el fundamento de la fe y la ciencia de la Edad Media, y en que en ellos se cumple por primera vez una verdadera y acabada fusión sincrética de la doctrina cristiana de la salvación con la especulación helenística. Esta especulación, y sobre todo el neoplatonismo, brindó al cristianismo, más que otra cosa, la noción y la imagen universal del cosmos dispuesto en grados. Según esa doctrina el universo se divide en un mundo inferior y un mundo superior, en un mundo sensible y un mundo inteligible, que no sólo se oponen entre sí, sino que tienen su esencia misma en esa su negación recíproca, en esa su polar contraposición. Pero por encima del abismó de la negación que se abre entre ambos mundos, tiéndese un vínculo espiritual. De un polo al otro, desde las alturas del supraser, de lo uno absoluto, del reino de la forma absoluta, hasta el mundo de la [24] materia, hasta lo informe absoluto, se extiende un ininterrumpido camino de mediación. Por él lo infinito pasa a lo finito y lo finito retorna a lo infinito. En este camino queda íntegramente incluido todo el proceso de la Redención, proceso que abarca tanto la acción de convertirse Dios en hombre, como la de convertirse el hombre en Dios. Pero siempre hay que salvar un entre, siempre hay un nexo o medio que no puede superarse de un salto, sino que es preciso recorrer paso a paso en una rigurosa y regulada sucesión. Esta suerte de escala gradual, que desciende del mundo celeste al terrestre y que asciende de éste a aquél, ha sido sistemáticamente descrita y explicada por Dionisio el Areopagita en sus escritos. Entre Dios y el hombre está el mundo de las inteligencias puras y de las puras fuerzas celestiales, que se dividen en tres círculos distintos, cada uno de los cuales se articula a su vez en triple órbita. El primer círculo está constituido por los Serafines, los Querubines y los Tronos; el segundo por las Dominaciones, las Virtudes, las Potestades; el tercero por los Principados, los Arcángeles y los Ángeles. De modo que, así, todo ser procede, en grados determinados de irradiación, de Dios, para volver, al cabo, a recogerse y resumirse en Él. Así como el centro de la circunferencia irradia todos los radios, así Dios es el origen o punto de partida y el término de todas las cosas, y así como en la circunferencia tanto menor es la distancia que separa los radios entre sí cuanto más se aproximan al centro, así también prevalece la unión de los seres sobre su separación cuanto menos alejados se encuentren del centro común de todas las cosas, de la fuente primigenia del ser y de la vida. Con esta concepción se ha procurado al orden eclesiástico una justificación y una verdadera y propia teodicea, pues este orden, en esencia, no es sino la más acabada copia del orden espiritual cósmico; la jerarquía de la Iglesia refleja la del cielo y en ese reflejo tiene conciencia plena de su propia e inviolable necesidad. La cosmología de la Edad Media y la fe medieval, la noción del orden del universo y la del orden moral y religioso de la salvación confluyen en una única visión fundamental, en una imagen de suprema significación y de la más alta lógica interior.