Celso

Platónico, aunque influido por el estoicismo, es Celso (h. 178-180), probablemente natural de Alejandría. Carecemos de datos de su vida. Inicia el ataque sistemático de los intelectuales paganos contra el cristianismo (Frontón, Crescente, Luciano). Su Discurso verdadero (alethes logos) parece haber sido escrito en contestación a las Apologías de Arístides y San Justino (h. 178-18o). Puede reconstruirse en gran parte por la detallada refutación de Orígenes (248), que a la vez es testimonio de la importancia del libro de Celso, cuando se creyó necesario impugnarlo tantos años más tarde. Celso se revela como hombre muy culto, agudo y perspicaz, dotado de un penetrante espíritu crítico. No sólo conoce a fondo las filosofías platónica y estoica, sino también los libros del judaismo y del cristianismo y las obras de los primeros apologistas, así como las costumbres de los cristianos. «Yo lo sé todo de vosotros». No se detiene en calumnias populares, sino que analiza en concreto los dogmas, la historia y la vida de los cristianos, manteniendo siempre una cierta dignidad. Es un ataque serio y razonado, a la vez doctrinal y político, en defensa del paganismo. Celso no es irreligioso, sino un apologista de la religión pagana. Cree en Dios, en la providencia, en la inmortalidad del alma y en sanciones después de la muerte.

Por encima de todo está el Dios supremo (protos kai megistos kai hypsistos theos), que es el principio, el medio y el fin de todas las cosas. Las religiones le dan distintos nombres, pero en el fondo todos significan lo mismo. Rechaza como antropomórfico el concepto judío y cristiano de Dios (VI 61). Dios, concebido negativamente, es diferente de todos los demás seres (VI 63). No tiene forma ni color (VI 64). No necesita nada (VI 52) ni puede sufrir dolor ni daño alguno (VIII 52). Es incomprensible para la inteligencia humana y no puede expresarse con palabras (VII 45). Positivamente, Dios es bueno, bello y feliz (IV 14). Es trascendente e inmutable. No puede entrar en contacto con la materia, porque se mancharía. Por esto rechaza como absurda la Encarnación. ¿Para qué iba Dios a haber bajado a la tierra? Si para aprender lo que pasa aquí abajo, sería debilidad. Si para ser conocido de los hombres, sería vanidad. Si para sufrir y morir, sería una ignominia incomprensible. La resurrección de Jesucristo es un cuento de mujeres. Y los milagros de Jesús se explican por arte de magia.

Debajo del Dios supremo admite una serie de dioses subalternos, demonios y héroes, unos buenos y otros malos, que habitan en el aire que envuelve la tierra (perigeioi). Son ministros (diakonoi) del Dios supremo. Se alimentan con la sangre y la grasa de las víctimas y se les debe honrar y dar culto (VIII 62).

Dios solamente ha creado las cosas inmortales (hosa athanata). Ha creado las almas, pero no los cuerpos. Declara que

es difícil saber el origen del mal. Desde luego no proviene de Dios, que es solamente autor del bien. El mal es inherente a la materia. Y como el mundo es malo, no puede decirse que lo haya creado Dios, sino que es eterno. La creación del mundo por Dios es un absurdo (VII 49.59.60). En lugar de la providencia de Platón y de los estoicos, Celso admite solamente una acción general de Dios de alta dirección sobre el Cosmos, pero sin descender a lo particular, de lo cual se preocupan las divinidades inferiores (IV 99). Los períodos cósmicos se repiten indefinidamente y de idéntica manera. Siempre ha sido y será lo mismo.

Ataca a la vez al cristianismo y al judaismo, presentando al primero como un cisma del segundo. Pero siquiera el judaismo es venerable por su antigüedad, mientras que el cristianismo es una novedad procedente de un hombre crucificado hacía pocos años, que apenas fue capaz de convertir a unos cuantos hombres rudos e ignorantes. Sus doctrinas eran tan poco concretas que dieron origen a varios Evangelios. Para responder a la acusación de que la filosofía pagana estaba escindida en multitud de escuelas, detalla Celso las sectas dentro del cristianismo: judaizantes, simonianos, marcelianos, carpo-cracianos, marcionitas, etc. Devuelve también la acusación de plagio, que los apologistas habían lanzado contra los filósofos. Platón no copió a Moisés, sino que Moisés tomó la circuncisión de los egipcios y su sabiduría de otros pueblos anteriores.

En el fondo, la acusación de Celso tiene tanto de religiosa como de política. Presenta a los cristianos como hombres inciviles y enemigos del imperio. Y abre la polémica anticristiana que será continuada por Porfirio (Contra los cristianos), Hierocles (Discurso amigo de la verdad), Libanio (Oraciones) y Juliano el Apóstata (Contra los galileos). (Escertos de Guillermo Fraile, História da Filosofia)