====== Macróbio ====== MACROBIO (Ambrosio, Teodosio, s. IV-V).—Floreció en tiempo de Teodosio II. Es probable que se convirtiera al cristianismo al fin de su vida. Quedan fragmentos de su tratado sobre la Conexión y diferencia entre las palabras griegas y las latinas. Se conservan sus Saturnalia (h.385), en siete libros, que consisten en una serie de diálogos a propósito de las fiestas de ese nombre, en que acumula con gran erudición numerosos datos recogidos de las fuentes más diversas (Plutarco, Aulo Gelio, etc.). En su comentario In Somnium Scipionis, de Cicerón (Rep. VI 9), refleja una mentalidad neopla-tónica sobria y moderada, inspirada en Plotino y Porfirio. En la cumbre de todos los seres está Dios, que es el Ser supremo, el Uno-Bien, y que es también la causa y el principio de todos los demás seres. Dios engendra necesariamente en virtud de su sobreabundante fecundidad. Del Uno-Bien procede la Inteligencia (nous, mens, animus), en la cual está contenido el mundo de las Ideas, que son los ejemplares de todas las cosas. La Inteligencia permanece inmutable mientras se mantiene vuelta hacia el Uno-Bien. Pero al volverse sobre sí misma da origen a otra tercera entidad, que es el Alma del mundo (anima). De ésta, permaneciendo una en sí misma, se deriva la multiplicidad de las almas particulares. Toda la pluralidad de las Ideas y de los números ideales está contenida en la unidad de la Inteligencia, y toda la pluralidad de las almas, en la unidad del Alma universal. Por eso entre todos los seres existe un estrecho vínculo y una profunda armonía. Fuera de estos tres principios, y en el extremo opuesto de la escala del ser, existe la materia (hyle), que es absolutamente indeterminada y causa de la multiplicidad de los seres corpóreos. En su psicología, Macrobio reproduce el concepto plotiniano del alma. Es una esencia que se mueve a sí misma y una fuente de movimiento (fons motus), aunque el primer principio de su movimiento y del de todas las cosas haya que buscarlo en el Alma universal, de la cual proceden todas las almas particulares. Muchas de esas almas permanecen unidas al Alma universal, contemplando las realidades del mundo superior. Pero en otras prevalece el deseo de los cuerpos, y esto las hace caer de su estado natural y precipitarse en el mundo terrestre. En su caída atraviesan la serie escalonada de esferas del mundo celeste, y al pasar por cada una de ellas van adquiriendo las cualidades respectivas, que conservarán después de su unión con el cuerpo. En la esfera de Saturno adquieren la inteligencia y el raciocinio; en la de Júpiter, la virtud práctica de obrar; en la de Marte, el ardor valeroso; en la del Sol, la aptitud para sentir y opinar; en la de Venus, los movimientos del deseo; en la de Mercurio, la facultad de interpretar, y en la de la Luna, el poder de nutrirse y de crecer. Todas estas operaciones son divinas, como divinas son las esferas de donde proceden. El alma tiene tres partes: vegetativa, sensitiva y racional. Finalmente, el alma cae en el mundo material y queda prisionera dentro de un cuerpo. Pero ni aun en este estado queda inmersa por completo en la materia. Aunque atacadas por una especie de embriaguez, que las hace olvidarse de su primer origen, en las almas permanece siempre la inteligencia y el poder de raciocinio, que las hace recordar lo que han sido en otra existencia anterior y más elevada (reminiscencia). Este conocimiento innato es el principio que hace posible el retorno a su estado anterior mediante la práctica de la virtud. Macrobio reproduce la escala plotiniana de las virtudes, que tiene cuatro grados, en cada uno de los cuales se repiten con diversas modalidades las cuatro virtudes cardinales: justicia, prudencia, fortaleza y templanza. «Quattuor sunt, inquit, quaternarum genera virtutum. Ex his primae politicae vocantur, secundae purgatoriae, tertiae animi iam purgati, quartae exemplares». 1.° Las políticas son las que rigen la vida social (et sunt politicae hominis, quia sociale animal est). 2.° Las purificaderas desprenden el alma de las agitaciones de la acción y la hacen inclinarse a la contemplación. 3.° Las contemplativas son propias de las almas ya purificadas (animi iam purgati), disponiéndolas a su vez para la intuición de las realidades del mundo superior. 4.° Finalmente, las ejemplares o paradigmáticas son los modelos eternos de las acciones y de las virtudes humanas, que se hallan en la Mente divina (quae in ipsa divina mente consistunt, quam diximus noûn vocari, a quarum exemplo reliquae omnes per ordinem defluunt. Nam si rerum aliarum, multo magis virtutum ideas esse in mente credendum est). Así en la Mente divina se halla la prudencia, que se identifica con ella misma; la templanza, por la cual se halla siempre convertida hacia sí misma; la fortaleza, que nunca se muda, y la justicia, que obra continuamente en conformidad con la ley eterna que rige todas las cosas. La diferencia entre estos grados de virtud consiste en que «primae molliunt, secundae auferunt, tertiae obliviscuntur, in quartis nefas est nominari». Macrobio cambia el sentido plotiniano de la virtud de la justicia. En Plotino, como en Platón, la justicia es una virtud general que establece el equilibrio entre todas las demás virtudes, manteniéndolas a cada una en su propio dominio (ta eautou prattein, Eneada-I-2|Enn. I 2, 20-21). Macrobio sustituye este concepto por el de Cicerón, incorporado por Ulpiano y los juristas al derecho romano: «Iustitiae servare uní cuique quod suum est». No obstante, retorna al concepto griego cuando prosigue afirmando que «de iustitia veniunt innocentia, amicitia, concordia, pietas, religio, affectus, humanitas». Macrobio da también amplia acogida al simbolismo neopitagórico de los números. La Mónada (el Uno) no es ni masculina ni femenina; el par es femenino, y el impar masculino. Las propiedades que tiene el número siete provienen de la fecundación del seis por la unidad. El esquema de Macrobio lo veremos reproducido innumerables veces en la filosofía árabe y en las derivaciones medievales del neoplatonismo. Pero lo que más expresamente aparece es su teoría de las virtudes, aunque parece tomada de un resumen de Porfirio y no del texto de las Ennéadas. La utilizan San Buenaventura, San Alberto Magno, Vicente de Beauvais y Santo Tomás de Aquino.