Eutidemo 275b-277c: Conversa dos Sofistas com Clinias
No bien dije casi exactamente esas palabras, Eutidemo contestó con arrogancia y seguro de sí: —No hay ningún inconveniente, Sócrates, con tal que el joven quiera responder.
— ¡Pues claro que sí!, dije. Está incluso acostumbrado a ello. Frecuentemente los que están a su lado le hacen muchas preguntas y discurren con él, de manera que ha de responder con bastante seguridad.
Lo que sucedió después, Critón, ¿cómo podré narrártelo adecuadamente? No es fácil por cierto ser capaz de retomar la minuciosa exposición de un saber tan vasto como engorroso. De modo que yo, a semejanza de los poetas, necesito, al iniciar mi relato, invocar a las musas y a la Memoria.
(d) Comenzó, pues, Eutidemo, por lo que recuerdo, más o menos así: — Dime, Clinias, ¿quiénes son las personas que aprenden: las que saben o las que ignoran?
El joven, frente a semejante pregunta, enrojeció y comenzó a mirarme indeciso; yo, que me había dado cuenta del desconcierto en que estaba, le dije:
— ¡Animo, Clinias!, di con franqueza la respuesta que te parece. Él (e) puede estar haciéndote un gran favor al preguntarte así1). En ese momento, Dionisodoro, inclinándose un poco hacia mí y con amplia sonrisa en el rostro, me susurró al oído: —Te advierto, Socrates, que tanto si contesta de una manera como de otra, el joven será refutado2).
Y mientras él decía eso, Clinias daba justamente su respuesta, de (276a) modo que no pude advertirle de que se mantuviera alerta. Contestó que los que saben son los que aprenden.
Dijo entonces Eutidemo:
—¿Hay personas a quienes das el nombre de maestros, o no?
Admitió él que sí.
—Y los maestros, ¿no son acaso maestros de los que aprenden, como el citarista y el gramatista fueron maestros de ti y de estos jóvenes cuando erais sus alumnos?
Estuvo de acuerdo.
—¿Y no es cierto que cuando aprendíais todavía no conocíais lo que estabais aprendiendo?
Reconoció que no. (b) —¿Y erais personas que sabíais, al no conocer esas casas?
Contestó que no.
—Si no erais personas que sabíais, ¿entonces erais ignorantes?
Dijo que sí.
—De modo que aprendiendo lo que no conocíais, aprendíais siendo ignorantes.
Asintió con la cabeza el joven.
—En consecuencia, los que ignoran son los que aprenden, Clinias, y no los que saben, como tú creías3).
Apenas había terminado él de hablar cuando, tal como lo hubiese hecho un coro a la señal de su director, prorrumpieron en aplausos y carcajadas los seguidores de Eutidemo y Dionisodoro; y, antes de que el joven pudiera reponerse debidamente, tomó al vuelo la palabra Dionisodoro y le dijo:
—Cuando os dictaba sus lecciones el gramatista, ¿quiénes eran los niños que las aprendían, los que sabían o los ignorantes?
—Los que sabían —respondió Clinias.
—Entonces aprenden quienes saben, no los ignorantes, y tú no le acabas de contestar bien a Eutidemo4).
(d) Estallaron esta vez en formidables carcajadas, y exclamaciones los admiradores de esos dos individuos, maravillados, como estaban, del saber que hacían gala. El resto —nosotros— callaba estupefacto. Ahora bien, con el propósito de deslumbrarnos aún más, Eutidemo —que se había dado cuenta de nuestra perplejidad—, lejos de soltar al joven, continuó interrogándolo, y, a la manera de los hábiles danzarines, dio sobre el mismo punto un doble giro a sus preguntas, y dijo:
—Los que aprenden, ¿aprenden lo que conocen o lo que no conocen5)?
Dionisodoro, de nuevo, me susurró al oído:
(e) —También ésta, Sócrates, es otra igual que la anterior.
— ¡Por Zeus —respondí—, y bien que aquélla os había resultado una bonita pregunta! Todas las que nosotros formulamos.
Sócrates —agregó—, son así: no tienen escapatoria.
—¡Ya, ya!, exclamé. Por eso creo que gozáis de tanta fama entre vuestros discípulos. Mientras tanto, Clinias contestó a Eutidemo que aprenden quienes (277a) aprenden lo que no conocen; y éste le preguntó, entonces, de la misma manera que lo había hecho antes:
—Y bien, ¿no conoces tú las letras del alfabeto?
—Sí —dijo él.
—¿Todas? Asintió.
—¿Y siempre que alguien dicta algo, ¿no dicta letras? Asintió.
—¿Dicta entonces algo de lo que conoces —dijo—, si tú ya las conoces todas? Asintió también a eso.
—Y bien —agregó— tú aprendes las que alguien dicta, ¿o aprende, en cambio, quien no conoce las letras6)?
—No es así —dijo—, aprendo yo.
(b) —Por tanto, aprendes lo que conoces —añadió—, si en efecto ya conoces todas las letras7).
Asintió.
— Entonces —concluyó—, no has contestado correctamente.
No había aún terminado de hablar Eutidemo cuando Dionisodoro volvió a tomar al vuelo la palabra, como si fuese una pelota, apuntó nuevamente hacia el joven, y dijo:
— ¡Ah, Clinias!, Eutidemo te está engañando. Dime, ¿aprender no es adquirir el conocimiento de aquello que uno aprende?
Asintió Clinias.
—Y conocer — continuó—, ¿qué otra cosa es que poseer ya un conocimiento?
Estuvo de acuerdo.
—De modo que no conocer es no poseer aún un conocimiento.
Asintió con él.
—¿Y quiénes son los que adquieren algo, los que ya lo poseen o los que no lo poseen?
—Los que no lo poseen.
—Has admitido, sin embargo, que los que no conocen se cuentan entre éstos, es decir, los que no poseen.
Asintió con la cabeza.
—Entonces los que aprenden se hallan entre los que adquieren, y no entre los que poseen.
Estuvo de acuerdo.
—Por tanto, los que no conocen —dijo— aprenden, Clinias, y no los que conocen.
