Eutidemo 285d-286b: Ctesipo e Dionisodoro
Dionisodoro contestó: — ¡Has hablado, Ctesipo, como si existiera el contradecir!
(e) —¡Y por supuesto!, dijo. ¡Ya lo creo! ¿o acaso tú, Dionisodoro, piensas que no existe el contradecir1)?
—No eres tú, en todo caso — replicó—, quien podría demostrar que alguna vez has escuchado a dos hombres contradiciéndose recíprocamente.
—Es cierto —dijo—, pero en cambio ahora mismo escucho a Ctesipo que te está contradiciendo, Dionisodoro2).
— ¿Y te atreverías a dar razón de ello?
—Por cierto —contestó—.
—Pues bien —dijo—, ¿hay enunciados para referirnos a cada una de las cosas que son?
—Claro.
— ¿Para decir de cada una que es o que no es?
—Para decir que es. (286a) —Si recuerdas, Ctesipo — agregó—, hace un instante demostramos que nadie dice algo que no es; en efecto, quedó bien claro que nadie puede expresar con palabras lo que no es.
— ¿Y qué hay con ello?, dijo Ctesipo. ¿Vamos por eso a contradecirnos menos tú y yo?
— ¿Nos contradiríamos —arguyó— diciendo los dos el enunciado de la misma cosa?, ¿o, más bien, en ese caso, no estaríamos diciendo lo mismo?
Aceptó.
(b) —Pero cuando ni el uno ni el otro —añadió— dice el enunciado propio de la cosa, ¿podríamos contradecirnos? ¿No sucede que ninguno de los dos ha hecho siquiera la mínima mención de la cosa?
Admitió también esto.
—Pero entonces, ¿nos contradecimos cuando yo digo el enunciado propio de la cosa y tú dices otro enunciado de otra cosa? ¿No sucede, entonces, que yo digo la cosa y tú, en cambio, no dices absolutamente nada? ¿Y el que no lo dice, cómo podría contradecir al que lo hace3))?
Ctesipo quedó mudo.
