Lísis 204b-205d: O amor de Hipotales pelo jovem Lisis
Al ser preguntado así, se ruborizó y yo le dije:
-Oh Hipotales, hijo de Jerónimo, no tienes por qué decirme si estás o no enamorado de alguno. Porque bien sabes que no es que hayas empezado ahora a amar, sino que ya vas muy adelantado en el amor. Negligente y torpe como soy para la mayoría de las cosas1), se me ha dado, supongo, por el dios, una cierta facilidad de conocer al que ama y al que es amado. Oyendo todo esto, se ruborizó más aún.
Y Ctesipo añadió:
-No dejan de tener encanto el que te sonrojes, Hipotales, y ese recato en decirle a Sócrates el nombre. Pero, como se quede, aunque sea poco rato, contigo, te agotarás, Sócrates, al tener que oír continuamente el nombre en cuestión. A nosotros, al menos, nos ha dejado los oídos sordos y llenos de Lisis. Y si ocurre que ha bebido un poco, es fácil que cuando despertemos del sueño nos parezca oír todavía el dichoso nombre de Lisis. Y todo esto, cuando nos lo cuenta, aunque es terrible, no lo es demasiado, lo malo es cuando nos inunda con poemas y toda clase de escritos; y lo que ya es el colmo es cuando canta su amor con voz extraña, que a nosotros nos toca aguantar. ¡Y ahora, al ser preguntado por ti, se ruboriza!2).
-Es joven, al parecer, ese Lisis, le dije. Lo deduzco de que al oírlo ahora no me suena su nombre.
-No, eso es porque no le dicen por su nombre, sino por el de su padre, ya que es el padre el que es muy conocido. Estoy bien seguro de que necesariamente tienes que haber visto al muchacho.
-Dime, pues, de quién es, le pregunté.
-De Demócrates, del demo de Aixona3); el hijo mayor.
-Y bien, Hipotales, dije, vaya un noble y limpio amor éste que te has echado. Vamos, muéstrame a mí lo que has mostrado a éstos, para que vea si sabes lo que tiene que decir el amante sobre su predilecto, bien sea a él mismo o a los demás.
-¿No irás a dar importancia, Sócrates, dijo él, a todo lo que está diciendo?
-¿Es que vas a negar, dije yo, que amas a éste, al que él se refiere?
-No, no -dijo-; pero no hago poemas ni escribo nada para él.
-No está en sus cabales, terció Ctesipo; de verdad que desvaría y está como obsesionado.
Y entonces yo dije:
-Oh Hipotales, no necesito oír versos ni melodías, si es que algunas compusiste para el muchacho; el contenido es lo que me interesa para darme cuenta de qué modo te comportas con el amado.
-Éste es el que te lo va a contar, me dijo; porque se lo sabe, y lo recuerda muy bien si, como dice, le tengo aturdido de tanto oírmelo.
-Por los dioses, dijo Ctesipo, claro que lo sé. Es bastante ridículo, oh Sócrates. Porque, ¿cómo no habría de serlo el enamorado que, a diferencia de otros, tiene su pensamiento puesto en quien ama, y que nada tiene que decir de particular que no se le ocurra a un niño. Todo cuanto la ciudad en pleno celebra, acerca de Demócrates y Lisis, el abuelo del muchacho, y de todos sus progenitores, a saber: la riqueza, la cría de caballos, las victorias de sus cuadrigas y caballos de carreras en los juegos píticos, ístmicos y nemeos, todo, es materia para sus poemas y discursos, y cosas más vetustas aún que éstas. Hace poco nos contaba en un poema el hospedaje de Heracles y cómo, por parentesco con él, le había dado aposento su progenitor, quien, por cierto, fue engendrado por Zeus y por la hija del fundador del Demo; es decir, Sócrates, todo eso que cantan las viejas y otras muchas cosas como éstas y que, al recitarlas y tañerlas, nos obliga a prestarles atención4).
