Lísis 206b-207d: Sócrates coloca o problema da amizade
-No, por los dioses, me dijo, porque sería una gran insensatez. Por ello precisamente, Sócrates, te consulto y, si tienes otro medio, aconséjame sobre lo que hay que decir o hacer para que sea grato a los ojos del amado.
-No es fácil de decir, le contesté, pero si quisieras hacer que viniese a hablar conmigo, tal vez podría mostrarte aquellas cosas de las que conviene hablar, en lugar de aquellas que, como estos mismos dicen, recitas y cantas.
-No es nada difícil, dijo. Si entras con Ctesipo y, sentándote, te pones a hablar, estoy seguro de que él mismo se te aproximará, porque, por encima de todo, le encanta escuchar. Además, como ahora son los festivales de Hermes, andan mezclados los adolescentes y los niños1). Seguro que se acerca. Si no lo hiciera, Ctesipo lo trata mucho por su primo Menéxeno, que de todos es su mejor compañero; que lo llame él, si es que no viene por sí mismo.
-Esto es lo que hay que hacer, dije yo.
Y del brazo de Ctesipo me fui para la palestra. Todos los otros nos iban detrás. Al entrar encontramos a los jóvenes que, hechas sus ofrendas y casi acabados los servicios religiosos, jugaban a los dados, vestidos de fiesta. La mayoría se divertía fuera en el patio; algunos de ellos, en la esquina del vestuario, jugaban a pares y nones con toda clase de dados que sacaban de los cubiletes. En torno a éstos había otros mirando, entre los cuales estaba Lisis de pie, entre niños y jóvenes con su corona, destacando por su aspecto y mereciendo, no sólo que se hablase de su belleza, sino también de todas sus otras cualidades2). Nosotros alejándonos nos sentábamos enfrente, porque allí se estaba tranquilo, y hablábamos un poco de nuestras cosas. Lisis, a su vez, vuelto hacia donde estábamos, no dejaba de mirar y no podía ocultar el deseo de venirse a nuestro lado. Al principio dudaba y no se atrevía a venir solo; pero, después, Menéxeno, que salía del patio jugando cuando me vio a mí y a Ctesipo, se nos vino a sentar a la vera. Viéndolo Lisis, lo siguió y se acomodó, junto a él, con nosotros. Los otros acabaron siguiéndolo, y hasta el mismo Hipotales, cuando vio que nos rodeaba bastante gente, medio ocultándose entre ella, se colocó donde creía que Lisis no le habría de ver, por miedo a que se enfadase. Y, de esta manera, nos escuchaba. Y yo, volviéndome hacia Menéxeno, le dije:
-Oh hijo de Demofonte, ¿quién de vosotros es el mayor?
-Siempre lo discutimos, dijo.
-¿Y también discutiríais quién es el mas noble?
-Sin duda, dijo.
-¿Y, también, quién sería el más bello?
Los dos se rieron entonces.
-No preguntaré, les dije, quién de los dos es el más rico.
Ambos sois amigos. ¿O no?
-Claro que sí, dijeron.
-Y según se dice, son comunes las cosas de los amigos3)), de modo que en esto no habrá diferencia alguna, si es verdad lo que decís de la amistad.
Dijeron que sí.
Pretendía, después, preguntar quién de ellos seria el más justo y el más sabio; pero, entretanto, vino uno que se llevó a Menéxeno, diciéndole que le llamaba el entrenador. Me pareció que le tocaba actuar en alguna ceremonia.
