República I 354a-354c: Epílogo
Y, por otra parte, el que vive bien es feliz y dichoso, y el que vive mal, lo contrario.
¿Cómo no?
Y así, el justo es dichoso; y el injusto, desgraciado.
Sea dijo.
Por otro lado, no conviene ser desgraciado, sino dichoso.
¿Qué duda tiene?
Por tanto, bendito Trasímaco, jamás es la injusticia más provechosa que la justicia.
Banquetéate con todo eso, ¡oh, Sócrates!, en las fiestas Bendidias1) dijo.
Banquete que tú me has preparado, ¡oh, Trasímaco! observé yo , pues lo aplacaste conmigo y cesaste en lo enfado. Mezquino va a ser, sin embargo, no por lo culpa, sino por la mía; y es que, así como los golosos gustan siempre con arrebato del manjar que en cada momento se les sirve sin haber gozado debidamente del anterior, así me parece que yo, sin averiguar lo que primeramente considerábamos, qué cosa sea lo justo, me desprendí del asunto y me lancé a investigar acerca de ello, si era vicio e ignorancia o discreción y virtud; y presentándose luego un nuevo aserto, que la injusticia es más provechosa que la justicia, no me retraje de pasar a él, dejando el otro, de modo que ahora me acontece no saber nada como resultado de la discusión2). Porque no sabiendo lo que es lo justo, difícil es que sepa si es virtud o no y si el que la posee es desgraciadoo dichoso.
