Tratado 53,12 (I, 1, 12) — Retorno sobre o problema da impecabilidade da alma separada. (Igal)
12. —Pero si el alma es impecable, ¿cómo es que hay castigos? En todo caso, esta doctrina está en desacuerdo con la doctrina universal, que dice que el alma peca y obra rectamente, que sufre castigos y los sufre en el Hades y que se reencarna.
—Pues bien, que cada uno se atenga a cualquiera de las dos doctrinas. No le será difícil descubrir cómo no están en desacuerdo. La doctrina que atribuye al alma la impecabilidad concibe el alma como una entidad una absolutamente simple, identificando el alma con la esencia del alma, mientras que la que admite que peca le enlaza y le añade la «otra especie de alma», la que está sujeta a «pasiones terribles» 1). De este modo el alma misma se convierte en compuesta y en el resultado de todos los componentes 2). Está, pues, sujeta a pasiones en su conjunto, y el «compuesto» es quien peca y quien sufre el castigo según Platón, y no aquélla 3). Por eso dice: «Hemos considerado el alma como los que ven al marino Glauco» 4), pero si uno desea «ver —dice— su naturaleza», es preciso «sacudirle» las adherencias y «ver su amor a la sabiduría, las cosas con las que está en contacto y por estar emparentada con cuáles» es lo que es 5). Hay, pues, en ella otra vida y otras actividades, y el castigado es distinto. Y el apartamiento y la separación no es sólo lejos de este cuerpo, sino también de todo lo que se le ha añadido. Y es que la añadidura se produce en la generación. O mejor, la generación es propia enteramente de la «otra especie de alma». El cómo de la generación ya lo hemos explicado: se produce con la bajada del alma, siendo otra cosa, derivada del alma, la que baja al inclinarse aquélla.
—Entonces, ¿es que abandona su imagen? Y esa misma inclinación, ¿cómo negar que sea pecado?
—Pero si el inclinarse consiste en una iluminación de lo de abajo, no es pecado, como tampoco lo es la sombra. El causante es el ser iluminado: si no existiera, el alma no tendría posibilidad de iluminar. Se dice, pues, que baja y que se inclina porque convive con ella lo iluminado por ella. Abandona, pues, su imagen si quien la recibió no está cerca. Mas la abandona no porque la imagen se haya desgajado, sino porque deja de existir; y deja de existir, cuando el alma entera mira hacia arriba 6). Y parece que el poeta opera esta separación en el caso de Heracles, colocando su fantasma en el Hades y a Heracles mismo entre los dioses, constreñido por ambas leyendas, la de que está entre los dioses y la de que está en el Hades. Así que lo dividió 7). Este relato bien podría ser verosímil entendiéndolo de este modo: que Heracles, teniendo una virtud activa 8) y considerado digno de ser dios por su hidalguía, con todo, como era hombre activo y no contemplativo como para poder estar allá todo entero, está arriba y, sin embargo, hay algo de él también abajo.
