Douta Ignorância: Teologia Mística

Excertos de Ernst Cassirer, “Individuo e cosmo nella filosofia del Rinascimento. Ediz. integrale (Nuova cultura)”

De este modo recházase toda teología de tipo racional; queda pues en su lugar la teología mística. Pero así como Nicolás de Cusa ya había superado el tradicional concepto de lógica, deja asimismo de lado el tradicional concepto de mística, pues, con la misma determinación con que niega la aprehensión de lo infinito en abstracciones lógicas y en conceptos de género, niega también la posibilidad de captarlo por el mero sentimiento. En la teología mística del siglo XV existen dos tendencias fundamentales que se oponen tenazmente; una de ellas considera el intelecto como la fuerza primera del alma, como instrumento de su comunión con Dios; la otra tendencia cree que esa fuerza reside en la voluntad. Nicolás de Cusa se sitúa decididamente en la primera de estas posiciones. El auténtico amor de Dios es amor Dei intellectualis, que supone el conocimiento como momento necesario y como condición necesaria, pues nadie es capaz de amar lo que antes no ha conocido en algún sentido. El simple amor, como mero afecto y separado del conocimiento, entrañaría una contradicción, pues lo que amamos se nos presenta siempre bajo la idea del bien, lo concebimos sub ratione boni. Este conocimiento del bien da impulsó y alas a la voluntad, aunque el qué, la esencia misma del bien en sí, permanezca inaccesible al conocimiento como tal; también aquí quedan confundidas en una sola noción ciencia e ignorancia, verificándose así de nuevo el principio de la docta ignorantia, como ignorancia consciente1, y sin que por cierto esto implique el menor escepticismo. En efecto, aunque el principio de la docta ignorantia insiste —y en esto procede negativamente —en la imposibilidad de aprehender lo absoluto en cualquier forma de conocimiento racional y lógico-conceptual, por otra parte lleva implícita una exigencia positiva ya que el ser indeterminable de Dios, al escapar al conocimiento discursivo por meros conceptos, demanda un nuevo modo de conocer y una nueva forma de conocimiento. El verdadero medio de su aprehensión es, para el Cusano, la visión intelectual, la visio intellectualis, en la cual toda la contrariedad de las especies y géneros lógicos queda anulada porque al situarnos por encima del dominio de las diferencias empíricas del ser y por encima del todas sus divisiones meramente conceptuales, nos vemos trasladados al plano de su origen mismo, al punto qué está más allá de toda separación y oposición. En tal visión, y sólo en ella, es posible alcanzar la auténtica filiatio Dei, que en vano la filosofía escolástica creyó lograr y, en cierto modo poder forzar, por el camino del concepto discursivo2. Aun por este pensamiento de la filiatio, Nicolás de Cusa se relaciona con el motivo fundamental de la mística de la Edad Media, sólo que lo interpreta de tal modo que esa idea encaja, ajustadamente en su nueva concepción general de las relaciones de lo absoluto con lo finito. Si en Dionisio el Areopagita la deificación, la theosis, se cumple, conforme al principio de la jerarquía, en una serie gradual y determinada de movimiento, de iluminación y, finalmente, de unificación, para el Cusano, en cambio, constituye un acto unitario por el cual el hombre se pone en relación inmediata con Dios, relación que, sin embargo, no se gana por simple éxtasis, por simple arrobamiento, pues la visio intellectualis supone un automovimiento del espíritu, una fuerza [30] originaria en él latente que se despliega en la incesante actividad intelectual. Por eso, para señalar el sentido y alcance de la visio intellectualis, Nicolás de Cusa no apela a la forma mística de la contemplación pasiva, sino a la ciencia matemática. Tórnase así la matemática para el Cusano el cabal, el único símbolo verdaderamente preciso del pensamiento especulativo y de la visión especulativa que reúne a los contrarios: “Nihil certi habemus in nostra scientia nisi nostram mathematicam”: allí donde fracasa el lenguaje matemático nada hay que el espíritu humano pueda concebir y conocer3. Si la doctrina de Dios de Nicolás de Cusa se aparta por eso de la lógica escolástica, de la lógica de los conceptos de género que descansa en el principio de no contradicción y en el del tercero excluido, exige en cambio un nuevo tipo de lógica matemática que no excluya la coincidencia de los contrarios sino que emplee precisamente esa coincidencia misma, esa coincidencia de lo máximo absoluto y de lo mínimo absoluto como principio permanente y como vehículo necesario del progreso del conocimiento.


  1. Léase a este respecto la carta de Nicolás de Cusa a Gaspard Aindorffer del 22 de septiembre de 1452: “In sermone meo primo de spiritu sancto… reperietis quomodo scilicet in dilectione coincidit cognitio. Impossibile est enim affectum moveri nisi per dilectionem, et quicquid diligitur non potest nisi sub ra-tione boni diligi… Omne enim quod sub ratione boni diligitur seu eligitur, non diligitur sine omni cogni-tione boni, quoniam sub ratione boni diligitur. Inest igitur in omni tali dilectione, qua quis vehitur in Deum, cognitio, licet quid sit id quod diligit ignoret. Est igitur coincidentia scientiae et ignorantiae, seu doctae ignorantiae.” El punto de vista opuesto, el de Una mística basada en el puro afecto y en la voluntad, fue sustentado en forma altamente significativa por su adversario Vincent von Aggsbach. Para esta controversia, léase de E. Vansteenberghe: Autour de la docte ignorance. Une controverse sur la théologie mystique au XV siècle, Münster, 1915, donde además se han recopilado los documentos correspondientes. (La ya citada carta de Nicolás de Cusa está en la pág. 111). 

  2. Consúltese el tratado De filiatione Dei (Opera, fol. 119): “Ego autem… non aliud filiationem Dei quam Deificationem quae est theosis graece dicitur, aestimandum judico. Theosin vero tu ipse nosti ultimitatem perfectionis existere, quae et notitia Dei et verbi seu visio intuitiva vocitatur.” 

  3. Véase Dial. de possest (Op. pág. 259): “Omnium operum Dei nulla est praecisa cognitio, nisi apud eum qui ipsa operatur et si quam de ipsis habemus notitiam, illam ex aenigmate et speculo cognito mathematicae elicimus… si igitur recte consideraverimus, nihil certi habemus in nostra scientia, nisi nostram mathematicam, et illa est aenigma ad venationem operum Dei.” Consúltese el tratado De mathematica perfectione; Opera, f. 1120.