7 Entonces, ¿por qué el hombre que vive feliz desea la presencia de estas cosas y rechaza las contrarias? Responderemos que no es porque contribuyan a la felicidad en parte alguna, sino más bien a la existencia, mientras las contrarias o contribuyen a la no existencia o son, con su presencia, un estorbo para el fin, no porque le priven de él, sino porque quien tiene lo mejor, quiere tener eso solo, y no junto con ello, otra cosa que, cuando está presente, no le priva de lo mejor, es verdad, pero coexiste, no obstante, con lo mejor. Pero, en general, no es verdad que el hombre feliz, en presencia de lo que no quiere, pierda ya un punto de su felicidad. Si no, cada día sufriría mudanza y caería derrocado de su felicidad, por ejemplo, al perder un esclavo o una cualquiera de sus posesiones. Y hay mil percances posibles que, aun no resultando conforme a sus previsiones, no por eso remueven un ápice del fin que le está presente.
Pero nos referimos — dicen — a los grandes desastres, no a un percance cualquiera.
Pero ¿cuál de las cosas humanas es tan grande que no haya de ser desdeñada por quien se ha remontado por encima de todas ellas y no depende ya de ninguna de las de acá abajo? ¿Por qué no considera importantes los favores de la fortuna, por grandes que sean — como reinos, imperios sobre ciudades y pueblos, colonizaciones y fundaciones de ciudades, ni aunque las haya fundado él mismo — y ha de tener, en cambio, por cosa importante los derrocamientos de imperios y el arrasamiento de su propia ciudad? Y si los reputara por grandes males o por males en absoluto, haría el ridículo con semejante creencia y dejaría de ser hombre serio si reputara por cosa importante las vigas, las piedras y ¡por Zeus! las muertes de los mortales, cuando la creencia que decimos que debe abrigar sobre la muerte es que es preferible a la vida con el cuerpo. Y si él mismo muriera sacrificado, ¿pensaría que la muerte era un mal para él por haber muerto cabe el altar? Y si no fuera enterrado, al fin y al cabo su cuerpo se pudrirá lo mismo, yazga sobre tierra o bajo tierra. Y si es por no haber sido sepultado suntuosamente, sino anónimamente, sin ser considerado digno de un soberbio mausoleo, ¡qué pequenez de espíritu! Pero si lo llevaran prisionero, «bien a la mano tienes un camino» de salida, si no hay posibilidad de ser feliz.
Pero ¿si son sus familiares los prisioneros, aquello de «arrastradas las nueras y las hijas»?
¿Y qué?, responderemos. Supongamos que muriera sin haber presenciado ningún suceso de este tipo. ¿Pensaría, al partir, que no era posible que sucedieran tales cosas? Sería absurdo pensar así. ¿No pensaría más bien en la posibilidad de que sus familiares cayeran en semejantes desgracias? ¿Y dejaría de ser feliz por pensar en tal eventualidad? No. Sería feliz aun pensando así. Pues también lo será aunque suceda así. Reflexionaría, efectivamente, que este universo es de tal naturaleza que no hay más remedio que sobrellevar tales males y atenerse a ellos. Y a muchos incluso les irá mejor si caen prisioneros. Pero es que además en su mano está el partir, si se sienten apesadumbrados. O si no, si se quedan, o se quedan con razón y no hay nada que temer, o, si se quedan sin razón, no debiendo quedarse, ellos son responsables ante sí mismos. Porque cierto es que el hombre feliz no caerá en mal alguno por la necedad de los demás, aunque sean sus familiares, ni estará pendiente de la buena o mala ventura de los demás.