Enéada I, 8, 14: A fraqueza da alma

14 Mas si alguien dijera que el vicio es una debilidad del alma apelando al hecho de que el alma viciosa es sumamente impresionable y excitable, dejándose llevar de vicio en vicio, muy sensible a los apetitos, pronta a montar en cólera, precipitada en sus consentimientos, fácil en ceder a las imaginaciones oscuras, parecida a los productos más frágiles del arte o de la naturaleza, que son fácilmente destructibles por la acción de los vientos y de los ardores del sol, valdría la pena investigar en qué consiste la debilidad del alma y de dónde proviene. Porque la verdad es que la debilidad en el alma no es como la debilidad en el cuerpo; pero así como en el cuerpo recibieron el nombre de debilidad la incapacidad para la acción y la impresionabilidad, así también lo recibieron en el alma por analogía. A no ser que la causa de la debilidad del alma sea la misma: la materia. Pero hay que abordar más de cerca el problema de cuál sea la causa en el caso de la llamada debilidad del alma. Porque la verdad es que no son las densidades o raridades, ni tampoco las delgadeces o gorduras o una enfermedad, por ejemplo una fiebre, las que debilitan al alma.

Pues bien, la tal debilidad del alma ha de darse forzosamente o en las almas completamente separadas, o en las sumidas en la materia o en ambas. Ahora bien, si no se da en las separadas de la materia, ya que éstas son todas puras y, como se dice, «aladas y perfectas» y es la suya una actividad desembarazada, queda que la debilidad se da en las almas caídas, en las que no son puras ni están purificadas; y su debilidad consistirá no en la remoción de algo, sino en la presencia de algo ajeno, como la de la linfa o la bilis en el cuerpo. Si logramos comprender más claramente, y como se debe comprender, la causa de la caída del alma, se nos mostrará con toda evidencia lo que buscamos: la debilidad del alma.

En la realidad de las cosas existe la materia; existe también el alma, y una especie de lugar único para ambas. No son dos lugares aparte, uno para la materia y otro el del alma — por ejemplo, uno en la tierra para la materia y otro en el aire para el alma —, antes bien, para el alma, el estar en un lugar aparte consiste en no estar en la materia, esto es, en no aunarse con la materia, esto es, en que no se forme un compuesto de alma y materia, esto es, en no situarse en la materia como en un sustrato. Y en esto consiste el estar aparte. Ahora bien, las potencias del alma son muchas: el alma tiene un principio, un medio y un fin. Mas la materia, estando presente, «mendiga» y aun importuna, diríamos, y desea pasar adentro. Pero «todo aquel sitio es sagrado», y no hay nada que no tenga parte en el alma. Así que la materia, metiéndose por debajo, se ilumina. Con todo, no puede captar a quien la ilumina (quien la ilumina no la soporta aunque esté presente ), porque no ve debido a su defectuosidad. Pero, mezclándose, ensombrece la iluminación y la luz venida de allá y la deja mortecina, proporcionando al alma la ocasión de encarnarse y la causa de que venga a ella. Porque no habría venido a quien no estuviera presente.

Y en esto consiste la caída del alma: en haber venido así a la materia y en debilitarse a causa de que no todas sus potencias están presentes activamente, toda vez que la materia les impide estar presentes por haberse apoderado del sitio que ocupa el alma, por haber forzado a ésta como a «acurrucarse» y por haber viciado lo que tomó como por usurpación, hasta que el alma pueda fugarse. La materia es, por tanto, causa de la debilidad y causa del vicio del alma. Luego la materia es mala antes que el alma y es el mal primario. Porque si bien es verdad que el alma misma engendró la materia como resultado de alguna pasión, y si bien es verdad que se asoció con ella y se hizo mala, la causa está en la presencia de la materia. Porque el alma no se habría encarnado en la materia si no fuera porque por la presencia de ésta tomó ocasión de encarnarse.

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