Enéada I, 8, 7: Continuação da exegese do Teeteto

7 Pero, entonces, ¿por qué, si el Bien existe, también existe el mal forzosamente?

¿No será por esto: porque en el universo debe existir la materia? En efecto, este universo consta forzosamente de contrarios. En realidad, ni siquiera existiría si no hubiera materia. Y es que la naturaleza «de este universo está mezclada de inteligencia y forzosidad», y cuantas cosas le vienen de Dios, son bienes; los males, en cambio, le vienen de la «naturaleza primitiva». Quiere decir de la materia subyacente que no ha sido ordenada todavía.

Pero ¿a qué llama «naturaleza mortal»? Pase, en efecto, que la «región de acá» designe al universo.

Aquí viene aquello de «pero puesto que habéis nacido, no sois, es verdad, inmortales; sin embargo, no seréis disueltos» por mí. Y si esto es verdad, se puede decir con razón que «los males no pueden desaparecer».

Entonces, ¿cómo escapará uno a ellos?

No locamente — dice —, sino adquiriendo virtud y separándose del cuerpo. Así se separará también de la materia. Porque quien vive en consorcio con el cuerpo, vive en consorcio con la materia. Lo de separarse o no, Platón mismo lo aclara. Lo de morar «entre dioses», quiere decir entre los inteligibles. Éstos son, efectivamente, inmortales. Mas la forzosidad del mal es posible comprenderla también de este modo: que, puesto que el Bien no existe solo, sigúese forzosamente que, en el proceso de salida originado por él, o si se prefiere, en ese continuo descenso y alejamiento, el término final después del cual ya no podría originarse cosa alguna, ése es el mal. Ahora bien, lo siguiente al Primero existe forzosamente; luego también lo último. Y esto es la materia, que ya no tiene nada de aquél. Y en esto consiste la forzosidad del mal.

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