1. ¿Por qué se mueve (el cielo) con un movimiento circular? Porque imita a la inteligencia. ¿Y a quién corresponde este movimiento, al alma o al cuerpo? ¿Por qué? ¿Acaso porque el alma está en sí misma y porque procura con todo celo el acercarse a sí misma? ¿O porque está en si misma, pero no continuamente? ¿Consideramos que al moverse mueve consigo al cuerpo? Pero entonces convendría que alguna vez dejase de transportarlo, cesando en ese movimiento; y así, debiera hacer que las esferas permaneciesen inmóviles y no que girasen siempre en círculo. El alma misma se mantiene inmóvil o, si se mueve, no lo hace con un movimiento local. ¿Cómo, pues, llega, a producir el movimiento local si ella se mueve con otra clase de movimiento? Tal vez porque el movimiento circular no es un movimiento local. Pero si sólo es un movimiento local por accidente, entonces, ¿de qué clase de movimiento se trata? Tratase sin duda, de un movimiento que vuelve sobre sí mismo, de un movimiento de conciencia, reflexivo y vital, que no sale de si ni busca asiento en otro lugar por la sencilla razón de que debe abarcarlo todo. Porque la parte principal del ser animado universal abarca todas las cosas y les da un sello unidad; si realmente permaneciese inmóvil, no abarcaría todas las cosas como lo hace un ser vivo; y de tener un cuerpo, no podría mantener todo cuanto hay en este cuerpo, porque es claro que la vida de un cuerpo radica en el movimiento. Así, pues, si el movimiento que le atribuimos es un movimiento local, el cielo se moverá con el movimiento que le corresponda y no ya sólo como se mueve un alma; lo hará, mejor, a la manera como se mueven un cuerpo animado y un ser dotado de vida. De modo que el movimiento circular viene a ser una composición del movimiento del cuerpo y del movimiento del alma; el primero se realiza por naturaleza en línea recta, aunque con la resistencia que le opone el alma. De estos dos movimientos, esto es, del cuerpo que se mueve y del alma que tiende a permanecer inmóvil, toma su origen el movimiento circular. Si se adujese que el movimiento circular es propio del cuerpo, cabría preguntarse: ¿y cómo entonces todos los cuerpos, e incluso el luego, se mueven en línea recta? Diremos que se mueve en línea recta hasta donde está dispuesto que deba moverse, porque, una vez llegado a su lugar, parece natural que se detenga y que ese movimiento concluya ahí donde debe concluir. Pero, ¿y por qué una vez llegado a ese lugar no se detiene (el fuego) en él? ¿Tal vez porque corresponda a la naturaleza del fuego el mantenerse siempre en movimiento? Pues, indudablemente, si no cumpliese un movimiento circular, se disiparía en un movimiento en línea recta; por lo cual, parece convenirle mejor el movimiento circular. Pero este movimiento habrá que atribuirlo a la providencia y se dará en el fuego como procedente de la providencia; y así, una vez llegado al cielo, el Fuego debe moverse por sí mismo con un movimiento circular, o, en otro caso, tendremos que afirmar que se mueve en línea recta, pero que al no encontrar lugar a dónde dirigirse, se ve precisado a curvarse y a deslizarse sobre la esfera hasta el lugar que realmente pueda. Porque nada encontraremos después del cielo, ya que él constituye la región última. El fuego, pues, se mueve en la región que le es propia y tiene en sí mismo el lugar adecuado, pero no desde luego para permanecer (ahí) inmóvil, una vez llegado a ese lugar, sino para continuar moviéndose.
Añadamos que el centro de un círculo es inmóvil por naturaleza y que si la circunferencia lo fuese también constituiría un inmenso círculo. Será mejor que gire alrededor de su centro, si consideramos el cuerpo como un ser vivo y dominado por la naturaleza. Así (la circunferencia), convergerá a su centro, pero no encaminándose hacia él — esto, naturalmente, destruiría el círculo —, sino, puesto que tal cosa no es posible, realizando un giro alrededor de él. Sólo de esta manera podrá la circunferencia satisfacer su deseo; y el alma que la rodea no conocerá la fatiga, porque ni la arrastra ni se produce contra la naturaleza, al ser la misma naturaleza la ordenadora del alma universal. Y aún hay más: el alma toda entera está en todas partes y no es divisible; e igualmente, el alma del universo concede al cielo el encontrarse en todas partes, de manera parcial y según le es posible; cosa que puede hacer recorriendo sin interrupción alguna todas esas partes.
Si el alma permaneciese inmóvil en un lugar, el fuego haría lo mismo una vez llegado a él. Ahora bien, como la totalidad del alma está en todas partes (el fuego), quiere moverse a todas partes. Pero, ¿qué ocurrirá? ¿Nunca alcanzará ese fin? Digamos que lo alcanza siempre, y aun mejor que el alma lo conduce de continuo hacia ella, con lo cual también lo mueve eternamente. Pero al no moverlo hacia otro lugar sino hacia sí misma, lo mantiene en el mismo sitio, llevándole de este modo no en círculo sino en línea recta y dándole ocasión de que la posea allí por donde pase. Si el alma permaneciese inmóvil y asentase únicamente en la región dé los inteligibles, donde todo también está inmóvil, el cielo no se movería. Pero si el alma no se encuentra solamente allí ni en cualquier otro lugar, el cielo habrá de moverse hacia todas partes, aunque no fuera de sí; por tanto, se moverá en círculo.