Enéada II, 3, 5 — O calor e o frio, o dia e a noite, e as fases lunares não têm efeitos

5. Dícese de alguno de estos planetas que es frío, pero al encontrarse más alejado de nosotros, se hace más beneficioso, dado que se ve en el frío el principio del mal que nos produce. Convendría entonces que al hallarse en los signos opuestos a nosotros su acción fuese del todo benéfica. Opuestos ambos, a su vez, el planeta frío y el planeta caliente, producen entre ellos efectos terribles; y, sin embargo, parece que debieran moderarse. De uno de los planetas (el planeta frío) dícese que se alegra con el día y se vuelve bueno una vez en posesión del calor; de otro se afirma que goza con la noche, por ser un planeta incandescente. ¿Cómo si no fuese siempre de día para los planetas? ¿O es que no están constantemente en la región de la luz y caen, por el contrario, en la región de la noche, ellos, precisamente, que se hallan muy por encima de la sombra de la tierra? Añádese todavía que la conjunción de la luna llena con el planeta resulta beneficiosa, y perjudicial la de la luna nueva, cosa contraria a lo que ciertamente se pretende; porque al hablar de luna llena para nosotros se supone la oscuridad de su otro hemisferio en relación con ese planeta, que se encuentra por encima de la luna; y al hablar de luna nueva respecto a nosotros se quiere significar plenitud para ese mismo planeta. Y he aquí que debiera producirse lo contrario: porque la luna nueva, para nosotros, aparece con toda su luz para el planeta. Sea lo que sea, ninguna diferencia resulta para la luna misma, que se ofrece siempre con una cara iluminada; pero ya no puede afirmarse otro tanto de ese planeta que, según dicen, recibe su calor. El planeta se calentará si la luna es nueva para nosotros; y su influencia se dejará sentir en él benéficamente si la luna es nueva para nosotros y llena para el planeta. La oscuridad que para nosotros presenta la luna dice relación a la tierra y no puede entristecer a lo que está por encima de ella. Pero el planeta, a su vez, no puede sustituir a la luna en razón de su alejamiento, y nos parece así que la luna nueva es maléfica. Por el contrario, cuando la luna es llena para nosotros, resulta suficiente para todo lo que está debajo, esto es, para la tierra, y ello aunque el planeta se halle alejado. La luna, entonces, ensombrecida como se ofrece para el planeta incandescente, parece beneficiosa para nosotros; se basta a sí misma para esta acción, en tanto el planeta contiene demasiado fuego para producirla.

Todos los cuerpos de los seres animados que provienen de lo alto son cálidos, en mayor o menor medida; ninguno de ellos es, desde luego, frío. El lugar donde se encuentran sirve claramente de prueba. El planeta llamado Júpiter cuenta solamente con un fuego moderado; y lo mismo ocurre con el que nombran Lucífero Por esta semejanza que presentan, los dos planetas parecen de acuerdo; y se reúnen así con el planeta denominado ardiente (Marte), permaneciendo en cambió extraños a Saturno, por su lejanía. En cuanto a Mercurio, resulta indiferente, y semejante, según parece, a todos los demás planetas. Todos ellos componen una sinfonía universal; de tal modo qué su relación recíproca es realmente lo que conviene al todo. Y así se comprueba cómo en cada animal las partes se disponen para el conjunto. Ocurre, por ejemplo, con la bilis, que aparece conformada al todo y, singularmente, con la parte que le está próxima; conviene que despierte nuestros afectos, pero, a la vez, que tanto el todo como las partes vecinas cierren el Y paso a su desmesura. Otro tanto parece convenir al conjunto del ser vivo, que dispondrá, además de la pasión buena, de una inclinación al placer. Las otras partes vendrán a ser los ojos de su alma, todas ellas condescendientes con la parte irracional. Así diremos que el ser animado es uno y que se da en él una armonía única. ¿Cómo, pues, no ver aquí signos evidentes, por analogía (de la armonía del universo)?