Enéada II, 3, 6 — É absurdo que os astros obedeçam a configurações

6. Dícese de Marte y de Venus que, colocados en determinada situación, producen adulterios. Se les convierte así, en imitadores del desenfreno humano, que sacian recíprocamente sus necesidades. ¡Incalificable absurdo! Se piensa, por ejemplo, en el placer que sienten los planetas por contemplarse en determinada posición, sin que nada ponga, límite a su poder. Pero, ¿cómo podría admitirse esto? ¿Cuál sería entonces la vida de los planetas si tuvieran que dar su opinión sobre los innumerables animales que nacen y existen, asignando a cada uno los bienes que le convienen, proporcionando riqueza, pobreza, o haciendo a otros inmoderados, y a todos, desde luego, cumplidores de sus actos? ¿Les sería posible realizar tales cosas? Se habla de que esperan, para cumplir esto, a las ascensiones de los signos del zodíaco, teniendo en cuenta a tal fin que el número de alias resulta en ellos equivalente a los grados que verifican en su curso. Y así, como si calculasen con sus dedos el momento en que habrán de actuar, nada deberán hacer antes del tiempo marcado. Con lo cual, si se niega totalmente a un ser único el poder de dominación, se le otorga en cambio y sin reservas a los planetas. ¡Como si no lo gobernase todo ese ser único del que todas las cosas dependen! Es él quien concede a cada uno, a tenor de su misma naturaleza, concluir su propia tarea y actuar ordenadamente con sus fines. Cualquier otra suposición destruye y desconoce la naturaleza del mundo, que tiene un principio y una causa primera que se extienden sobre todo.