Enéada II, 9, 12 — Sequência da refutação da doutrina gnóstica sobre o demiurgo

12. Y ese ser que acaba de surgir, ¿cómo intenta crear con sólo el recuerdo de los seres que ha visto? ¡Pero si no estaba en modo alguno allí donde podría verlos, como tampoco la madre que se le atribuye!

Además, ¿cómo no ha de extrañar que no se trate de imágenes de almas sino de almas verdaderas que han descendido a este mundo, si apenas una o dos de estas imágenes pueden llegar a salir del mundo y a recordar, aunque con dificultad, los seres que han visto en otra ocasión? ¿Y cómo no ha de extrañar también que esa imagen que acaba de surgir reflexione, como ellos dicen, de manera confusa, acerca de los seres inteligibles, o que su propia madre, que es como una imagen material, haga exactamente lo mismo y no sólo ejercite su pensamiento sobre esos seres, sino que saque del mundo inteligible la idea del mundo sensible, conociendo de este modo de qué elementos se ha formado este mundo? ¿De dónde viene que piense en el fuego como primer elemento a producir? ¿Por qué precisamente el fuego y no otro elemento? Y si podía producir el fuego con sólo pensarlo, ¿por qué no iba a poder producir el mundo de una vez, con sólo pensarlo, si realmente conviene pensar antes el todo? Todas las demás ideas, claro está, quedarían contenidas en su pensamiento.

La acción de producir es enteramente una acción natural, pero no semejante a las técnicas artesanas; porque éstas se sitúan después de la naturaleza y del cosmos. Aquí tenemos ahora los productos de cada fuerza natural: no surge primero el fuego, luego otro elemento, y a continuación una especie de dilución de estas cosas, sino que se da un esbozo y un diseño de cada ser vivo, modelado según los ciclos menstruales. ¿Por qué, pues, no ha de recibir allí la materia una impronta del mundo, en la que se encuentren la tierra, el fuego y las demás cosas? Tal vez ocurriría así sí el mundo fuese obra de ellos, que se sirven de un alma más verdadera; pero el demiurgo, al parecer, no ha sabido hacerlo.

Para prever la magnitud del cielo y, sobre todo, su dimensión, para prever también la dirección oblicua del zodíaco, el movimiento de los (planetas) que se hallan debajo del cielo, la disposición de la tierra, de modo que pueda darse una razón de todo esto, mejor que una imagen seria, desde luego, una potencia que proviniese de los seres superiores. Esto lo reconocen ellos mismos, aunque a regañadientes; porque la iluminación comprobada en las tinieblas les obliga a reconocer las causas verdaderas del mundo. Ya que, ¿por qué razón deberían iluminarse las tinieblas, si no parece del todo necesario? Esta iluminación ha de verificarse con arreglo a la naturaleza o bien contra ella. Pero si se verifica con arreglo a la naturaleza, es que siempre ha tenido lugar; y si se realiza contra ella, es porque se dan en los seres inteligibles cosas que contrarían a la naturaleza, lo cual haría suponer que los males preceden al mundo sensible y que no es el mundo la causa de ellos, sino precisamente la realidad inteligible la causa de los que se producen en este mundo; no sería del mundo, entonces, de donde viene el mal al alma, sino al contrario, del alma misma de donde aquél proviene. Con este razonamiento tendríamos que remontarnos a los principios primeros. Si es para ellos la materia la causa de los males, deberán decirnos igualmente de dónde proviene la materia; porque el alma que se ha inclinado ha visto e iluminado, según afirman, unas tinieblas que ya existían. ¿De dónde viene, pues, la materia? Si dicen que el alma misma la ha producido al inclinarse, es claro que ella no tenía a dónde inclinarse, siendo entonces la causa de la inclinación, no ciertamente las tinieblas sino la naturaleza del alma. O, lo que es lo mismo, habrá que pensar en necesidades que precedan a la materia; de modo que la causa de todo remonta de nuevo a los seres primeros.