13. Así, pues, el que formula reproches a la naturaleza del mundo desconoce en realidad lo que hace y hasta dónde alcanza su atrevimiento. Es claro que desconoce también la ordenación regular de las cosas y el paso de las primeras a las segundas, de las segundas a las terceras y así sucesivamente, hasta llegar a las últimas; por consiguiente, no debería censurar a unos seres porque sean inferiores a los primeros, sino transigir buenamente con la naturaleza de todos ellos. Convendría que mirasen a los seres primeros y que abandonasen de una vez su tono jeremiaco respecto a los peligros del alma en las esferas del mundo, pues éstas se les muestran verdaderamente propicias. ¿Cómo, además, podrían arredrar a los que ignoran las razones y son también desconocedores de ese saber instructivo y armonioso de las cosas? ¿Que sus cuerpos son cuerpos ígneos? Tampoco hay lugar a temerlos, ya que este fuego se aparece adecuado al universo y a la tierra. Convendría antes bien mirar a las almas, que es lo que ellos juzgan de más valor. Sin embargo, los cuerpos de las esferas son de una grandeza y de una belleza diferentes, y colaboran y trabajan juntamente con los fenómenos de la naturaleza, que no podrían producirse prescindiendo de las causas primeras; ayudan, pues, a completar el universo y son como inmensas partes de él.
Si los hombres tienen más valor que el resto de los animales, mucho más valor que ellos tienen todavía los cuerpos del cielo, ya que se encuentran en el universo no en condición de tiranos, sino para procurarle orden y dignidad. Dícese que las cosas provienen de ellos, pero conviene pensar que son como los signos de los hechos futuros y que las diferencias originadas entre los seres que nacen han de atribuirse al azar — no es posible que las mismas cosas puedan acontecer a cada uno de los seres — , a las circunstancias que concurren en los nacimientos, a mayor distancia de las distintas regiones y a las disposiciones propias de las almas. No ha de exigirse de nuevo que todos los hombres sean buenos, para luego quejarse de que esto es imposible si se considera que las cosas de este mundo no difieren en nada de las cosas del mundo inteligible y si se cree que el mal no es otra cosa que una gran deficiencia en cuanto a la sabiduría y un bien que disminuye y se hace siempre y cada vez más pequeño. Bajo esta afirmación la naturaleza se presentaría como el mal, por no ser un alma sensitiva, y la sensación se ofrecería también como algo malo, por no ser una razón. Pero si el mal consiste en no ser eso, se verán obligados a afirmar que también se dan males en las almas inteligibles; porque el alma es, desde luego, peor que la inteligencia y ésta es, a su vez, inferior a alguna otra cosa.